Hace
dos jueves me preguntaron en Twitter por el programa de Más País: con una soltura inusitada le pedí al compañero
de
la Berdadera Hizquierda que se metiera sus inquisiciones por donde le cupiesen. Lo comenté en un grupo de whatsapp y mis amigos —bastante
más tranquilos y lúcidos que yo— me recomendaron que me tomara
unas vacaciones de redes.
Eso
hice.
Porque
pensé en hacerlo y sentí una repentina alegría muy parecida a la
que sentía cuando quería cambiar situaciones mucho más duras. Lo
pensé otra vez, que uno ya no tiene esa fe que hay que tener para
decidir a la primera, y me volvió a parecer una idea estupenda. Dos
veces, seguidas, estupenda.
Viernes
mañana, muy temprano. Entrevista a Errejón. La acabo y voy a
comentarla, a ver qué le ha parecido a los demás y siento ese vacío, ese
precipicio en mis pies: las ventanas están cerradas. Por voluntad
propia pero cerradas. Instagram está abierto. Pero instagram sólo
sirve para ver fotos bonitas y recibir información. Bien como
escaparate, fatal como flujo de ida y vuelta de información. Tiene
más futuro Instagram que Twitter en MundoNeoLiberal.
Las
ventanas están cerradas. No hay flujo de información constante,
nadie te dice que la trilogía de Jemisin es fantástica, que “No
dejes rastro” es una peli más que interesante, no hay discos
nuevos de clásica recomendados, nadie analiza porqué el Madrid
empata con el Brujas y qué ha fallado en su sistema de juego, no sé
cómo planteó Laso el partido del jueves ni porqué Thompkins está
de baja. Acostumbrado a comparar informaciones, a contrastarlas y a
ver diversas fuentes —la mayoría no
oficiales—
no
tener Twitter supone un regreso a los 90’s. Sólo hay periódicos
(y digitales) para lograr información. El resto de la información
(la más interesante) ha desaparecido. El viernes es un día muy
largo: hay más tiempo. Bastante más tiempo. El ritmo de los días
es diferente: hay huecos libres. Una olvidada sensación de
tranquilidad, de ritmo diferente, más tranquilo. Las redes nos
afectan y nos alteran, es una pantalla pero cuando alguien nos
insulta, nos está insultando AQUÍ, A NOSOTROS. No es ficticio, es
un mundo un tanto irreal que vivimos como real. Cerrar las ventanas
también significa acabar con esos problemas. De golpe. Qué
tranquilidad, qué largos vuelven a ser los días.
(Releo
y me doy cuenta de que otra sensación que trae el apagado
es
la libertad. Saber que puedes volver y que te puedes ir, que no hacen
falta y que no sientes necesidad. La rueda nos dice que tenemos que
girarla para no pararse pero es su interés, no el nuestro. Miro la
rueda parada y está bien).
Las
redes son fantásticas: todo lo bueno que pensaba sobre ellas
lo sigo pensando. Para un chaval criado en un barrio de mierda tener
una ventana al universo cultural en el que están escritores,
periodistas, deportistas, músicos, guionistas, lectores, libreras,
etc… es una oportunidad imposible de despreciar. Qué suerte que
algo así exista. Está claro que las redes aportan y aportan mucho.
Pero,
¿qué nos cuestan?
En
mi caso veo tres problemas grandes: la agresividad, el ego y el
tiempo.
Cuando
empecé en Twitter había un periodista que escribía diferente,
simpático en redes, interesante muchas veces. Con el tiempo se hizo
una celebridad —una celebridad en la izquierda española es aquel
al que insultan más de quinientos— y dejó de tener interés por
completo. Los demás nos conforman, queramos o no. El viento que
recibimos nos erosiona. Y eso es grave pero es peor cuando somos
nosotros los agresivos: también eso nos da forma.
Cuando
acabe este texto espero que lo leáis y que me digáis algo. Eso es
normal y no está mal. Hoy tengo un día liado, mucho más de lo que
yo quisiera, y no estoy seguro de cuánto tiempo tendré las redes
puestas.
Recibiré
el flujo de vuelta pero no estaré, creo, muy pendiente. Pero no
siempre es así. Hay veces en las que se está solo o triste o con el
ánimo bajo y un post, un tuit, significan una tabla de salvación.
Hay veces en las que podemos desplazar a nuestro ego al centro del
tablero y convertirnos en mamarrachos en busca de aprobación. Y si
eso sucede en las barras de bar o en las universidades, en los
Institutos, también sucede en redes. Lo
importante es la obra y no el autor. Válido también en redes.
Aplicable siempre.
¿Merece
la pena perder
el
tiempo en redes? ¿Cuánto tiempo? ¿En qué situación? ¿Merece la
pena cerrar las ventanas y quedarse con los libros, las películas,
los discos y el aliento de los más cercanos? ¿Es lógico
estrechar el círculo como si viviéramos en los 90? No, no lo es.
Twitter —sobre todo, pero también esa acogedora mesa camilla que
es facebook— es maravilloso, a pesar de los pesares. ¿Cómo
gestionamos el tiempo? ¿Cómo logramos que no interfiera en trabajo,
lectura, fútbol? ¿Cómo logramos que no esté presente en cada
instante? No lo sé.
¿Abrir
las ventanas? ¿Cuánto? ¿Cuándo? Tampoco lo sé.