Escribo
sobre abril desde la tercera ola de calor del año, en un hotel de
Lanjarón con un jardín maravilloso y fantaseando con pedir permiso
al Ayuntamiento de Albolote para plantar árboles en la acera de mi
calle. Acabo de ver en el pueblo un alcorque pequeño de unos treinta
por treinta, cabe de sobra delante de la casa. Podría poner ahí
algún cerezo o un limonero o qué sé yo. Lo investigaré. Sólo
habría que quitar unas pocas losetas de la acera y llegar hasta la
tierra. Voy a llamar al Ayuntamiento y proponerlo. O hacerlo; la
autogestión siempre es mejor. ¿Romper aceras para plantar árboles
es delito?
Tw:
“He
empezado el día haciendo el café sin poner la taza y, ¡oh!, se ha
derramado un poco sobre la cafetera.”
Dos
de abril, hace frío y hay una luz agradable en el patio. He perdido
la mañana y no he logrado ponerme a escribir hasta el mediodía.
Oigo a Billy Bragg y Natacha está tumbada en la mesa, junto a la
libreta. Leo a Santoni en una sentada y saco muchas ideas
interesantes: tener varios frentes abiertos para escribir, leer bien,
leer esa lista de títulos. Quiero repasarlo; se queda en el
escritorio junto a Mark Fisher. Este libro debería haberlo leído
con dieciséis años. Y ahora. Inflexible, intolerante: esto hay que
leerlo y esto y aquello también. Y no hay tu tía. No estamos
acostumbrados a esa dureza, sin hacer concesiones ni retroceder.
Escribir es un proceso trabajoso, muy trabajoso, que requiere enormes
dosis de esfuerzo, inteligencia y pasión. No hay talentos mágicos,
ni recetas mágicas. Sólo una larga carrera de trabajo y
conocimiento. Pero es que la literatura pide eso. No hay otra forma
de entenderla. No sé si soy capaz de dar lo que exige pero, quizás
con demasiados años, demasiado tarde, he aprendido que es una
ocupación total. Una pasión a la que dedicarle muchísimo tiempo y
que impregna toda tu vida. Hay que leer y escribir todos los días y
esto, si no es tu primer trabajo o no eres rico o jubilado, es muy
complicado porque por buen horario que tengas las fuerzas de después
de trabajar no son las mismas que las de antes de trabajar.

El
Pequeño encuentra una yuca en la basura. La replantamos. Vamos al
pantano y hace frío y sigo con los prismáticos a una garceta. Llega
gente. Pienso y pienso y pienso en la librería, en cómo gestionar,
repartir tiempos, crear estrategias. Leo un artículo de Mª Fernanda
Ampuero y me dan ganas de leer sus libros.
Lunes.
El hombre al que pillé robando un libro con tanto descaro como
torpeza, vuelve. Me dice que no va a robar más. Igual está más
deteriorado, más enfermo. No lo dejo entrar. Me dice que viene a
comprar, a pedirme disculpas. No. Fútbol es fútbol. Pobre hombre.
M.
está enferma y vamos al PTS. Al salir de casa me enseña las flores
del manzano: rosas, pequeñitas. Me quedo en la cafetería con uno de
los peores cafés de todo occidente. Pasan médicos y grupos de
médicos. No me dejan sentarme en la zona acristalada en la que me
ponía cuando venía a visitar a mi madre, están limpiando. El
césped debe de estar mojado y brillante. No es covid pero está
enferma.
Lo
paradójico de leer -y escribir- un diario es que lo más interesante
es la mirada personal sobre el exterior, estar contando lo que se
mira sin contar lo que se vive porque sería burdo e impudoroso. En
el mejor de los casos la propia escritura del diario te entrena la
mirada para ver más, para analizar y pensar lo cotidiano. En el
peor, te lleva al onanismo sentimental y autocomplaciente.
Ancelotti
diseñó un equipo asimétrico con Valverde y Vinicius en la bandas
con funciones distintas y casi opuestas y en lugar de desordenar a su
equipo, lo compensó y desordenó al Chelsea. Tuchel complicó tanto
su alineación que acabó siendo un galimatías. Con la plantilla que
tienes: Havertz, Mount, Lukaku, los centrocampistas ideales para ese
juego, grandes defensas, igual poniendo una alineación más
sencilla, y uno de cada en cada puesto, el equipo habría funcionado
mejor. Por suerte no lo hizo. La prensa dice que Benzema es otro
jugador esta temporada que hace quince años. Pues claro. Ha pasado
de ser un chaval de diecinueve años recién llegado al mundo del
fútbol a ser un señor maduro que conoce todos los entresijos del
juego y del mundo en el que se mueve. Las famosas diez mil horas que
necesitamos para dominar cualquier labor, (que es mentira, ya lo sé),
aplicadas al fútbol en un gran talento.
Vuelvo
a Santoni. Hay que escribir todos los días. Bien. Hay que leer esos
libros. Bien. Pero hay que trabajar. Quizás el primer consejo que
tendría que venir en estos libros es: intenta tener unos padres o
una pareja o una lotería que te mantenga alejado del trabajo. Pocas
cosas peores para la creación literaria, para cualquier creación
artística, que el trabajo remunerado en otra actividad. Formulémoslo
de otra manera: escribe, y trabaja en escribir, todo lo que puedas
mientras seas joven y no tengas ninguna responsabilidad con nadie, ni
siquiera contigo mismo. No puedo volver, ni querría, treinta años
atrás. Mark Fisher habla de esto y de cómo la precariedad
neoliberal ha machacado la creatividad artística. Tengo que volver a
ese libro.
Qué
buena es esa lista de treinta libros y qué grande es Benzemá.
En
cualquier caso es cierta la receta y más si eres pobre en horas:
leer y escribir todos los días, todos los ratos son aprovechables, y
la continuidad es un tesoro bendito.
Andreas
Scholl canta a Dowland. He recuperado mi vieja colección de discos
en mp3. Leo a David Ross en New Yorker sobre la música rusa y me
cuesta entender los matices con mi pobre inglés. Llega Pequeño,
salgo al patio y le explico cómo cortar la hierba con el
cortacésped, que es de batería y no tiene bastante fuerza. Ayer le
explicaba a Am. como limpiar de hebras las pencas de las acelgas. Me
siento pesado y viejo cuando explico cosas.
Vega
en el teatro de la general. El espacio es magnífico con las butacas
plegadas, no lo había visto así. Música comercial de calidad
escrita por y para mujeres. Cuando ellas se cantan, nos sigue
sorprendiendo. Hace diez años no hubiera ido a este concierto. Me
alegro de haber salido de la burbuja indie, de la música guay. En
casi cualquier concierto disfruto, veo, intento entender qué y
porqué está pasando. Todas las canciones tienen un parón acusado y
luego un cambio de ritmo, buscando más la fuerza y la intensidad que
la belleza de la melodía. Me suena a rock and roll integrado en el
sistema, bien hecho y bien interpretado. Como en cierta literatura
escrita por y para mujeres su vida es parte del contenido. Vega lo
cuenta y lo sufre y se rompe. Mi pudor sufre.
El
martes 12 floreció un tulipán. Y el manzano seguía teniendo flores
rosas. Hubo tanta gente como estrés en la librería y Tuchel salió
con un 443 normal. Con los jugadores en su sitio. Y machacó al
Madrid durante setenta y cinco minutos. Hasta que Carlo sacó a
Camavinga, Lucas y Rodrigo. El Chelsea no supo aprovechar el hueco en
el centro de la defensa y Modric comenzó a brillar cuando Valverde,
Lucas y Camavinga equilibraron el duelo físico. Y luego, Benzema y
Modric. De la Gran Generación ellos dos están al máximo nivel
todavía. Qué grande es el fútbol y que maravillosa es la Copa de
Europa.
Veo
con poco interés el Atleti - City. Voy con el Atleti porque no
quiero al City en semis. Pack completo de partido competitivo con
tensión y gente escandalizándose en el Twitter. Oigo a Roddy Frame,
un disco del 2002 que no había oído. Cuánta música por oír.
“Over you” es tan bonita como triste.
Tw,
14 abril: “El
City es clarísimamente favorito contra el Madrid. Modric, Benzema y
Courtois contra todos. El objetivo del Madrid: llegar vivos a la
última media hora en el Bernabéu y que surja el milagro. El de Pep,
que no lleguen a ese momento con vida. Va a ser divertido, bueno no,
PERO.”
Cambio
el equipo de música de sitio y lo pongo junto al escritorio. Estaba
en un mueble hecho a medida. Un error de tantos que cometí cuando
vinimos a esta casa. El equipo de música tiene -algunos de sus
componentes- más de treinta años y más de mil recuerdos (el
amplificador que me regaló Juan, ay, un Kenwood que estaba de oferta
y compramos 3 iguales por consejo de un técnico que venía a la
Burbuja, uno de ellos se quedó en el pub y el otro, quizás, lo
compró Novi) y me ha acompañado por varias casas y habitaciones.
Oigo Radio Clásica. Tengo que hacer una antena para la radio. He
visto en la red que se hacen con un cable de altavoz y se cuelgan en
forma de T. Me falta colocar la tarjeta de sonido: no es esa palabra.
El conversor. El cacharro para oír el sonido digital en el equipo
analógico. No encuentro los cables ni su nombre. Lo primero no es
culpa del Covid. (Es un DAC).

Día
15. Agotado. El resfriado que me ha acompañado toda esta semana,
como el de M. pero menos malo, no se acaba de ir.
Aquí
dejé de escribir en julio, en Lanjarón. Estamos a finales de
setiembre y julio y abril parecen tiempos lejanos. Pero de eso se
trata. Volver sobre el tiempo vivido. Volver sobre las redes y el
diario, escrito a mano, en libretas, con pluma. Me inquieta no haber
tenido tiempo de escribir en verano, en vacaciones. Pero escribir
este texto significa sentarme a un teclado durante un buen rato y eso
no es tan normal. Escribir en libreta tiene la enorme ventaja de que
lo puedes hacer en un rato perdido, en un café, en una esquina de
pie o al llegar al coche. Pero este texto debe tener calma.
Pruebo
otra red: Mastodon. Tiene muchas de las cosas que necesitamos que
tengan las redes pero no tiene gente. Es una mini burbuja. No tiene
sentido todavía.
Vamos
por la mañana al jardín nazarí de Vélez de Benaudalla. En el
pueblo hay macetas por las calles. No es un pueblo bonito pero sí
hay buen ambiente, la gente sonríe y tiene perros. El jardín ocupa
la ladera de una colina y se divide en varias terrazas. Lo
disfrutamos hasta que Am. se da un golpe y nos tenemos que ir.
Cansancio.

Día
17. El cansancio era Covid. Me desperté a las dos de la madrugada
con un ataque de tos y sensación de ahogo: “me ahogo”.
Ibuprofeno y ventolín. No mejoraba. Por la mañana, muy mal, me hago
un test. Positivo. Otra vez. Positivo según caían las gotas de
líquido en el test. Llamo a urgencias y me dicen que vaya al
hospital. Mandad a alguien. No. Ven en taxi. Dudé porque no me
sentía con fuerzas para conducir y no quería meterme en un coche
con nadie. Me animé. Conduciré lento y miraré al frente. Espero
que nadie cometa un error. En peores condiciones he conducido alguna
vez. Bueno, no. O sí. Llego intacto al hospital. Tratamiento
completo, antibióticos incluidos. Por la tarde, mucho peor. 39’5º.
Más ibuprofeno a media tarde. A la hora de la cena empieza a bajarme
la fiebre: me he vuelto a escapar. Por la tarde veo el City-Liverpool
entre brumas de fiebre. Por la noche Minnesota-Memphis. Un rato de
Merlí con S. Por la mañana el final del Minnesota-Memphis. Me
duermo y al despertarme han regresado algunas fuerzas. Durante la
fiebre, notaba el dolor en cada músculo del cuerpo. Punzadas en los
muslos, jaqueca fuerte, tos que rompía dentro. Pero mejoro muy
rápido, sorprendentemente rápido. El Granada juega un mal partido y
el árbitro lo remata con un penalti absurdo. Soldado no celebra el
gol.
Las
hortensias están muy caídas por el sol. Me vengo arriba y las
cambio a la cara norte de la casa, su sito de verano. (Con la ayuda
de Pequeño: dos covid para mover una maceta). Riego porque lo veo
todo muy seco, con la manguera.
Este
año voy a comprar dos hamacas blancas y dos sillas rígidas blancas,
que no sean caras pero estén bien, para la terraza. Y una sombrilla.
Día
19. Oigo el Réquiem de Verdi. Estoy muy cansado. Trabajo en la web
de marca blanca desde casa. Es agotador. El 21 la damos por
inaugurada. Falta mucho y no sé hasta qué punto va a ser rentable.
Pero igual sí y hay que intentarlo. Saco a Milan. Pongo una
lavadora. He recortado unas flores naranjas para el jarrón de la
cocina. Como hacía May Sarton. No sé cómo se llaman, lo busco: son
fresias. Están junto a la dama de noche en el arriate. Diferentes
tonos de naranja con forma de estrella. No tengo fuerzas como para
salir al jardín y hacer cosas. Sólo quiero estar tumbado. Sigo
dando positivo en los tests. Trabajo por las mañanas. Paro a ratos
porque el virus me puede. Mini siestas. Como mal, sin ganas. Por las
tardes intento estar activo.
Leo
la “Parábola del sembrador”. Muy duro. No entro en la historia
hasta la mitad y luego no puedo soltarlo y lo acabo. Voy a leer la
segunda parte seguida. Muere un jornalero marroquí en la campaña de
la fresa. En la parábola el objetivo de los obreros es trabajar por
dinero. Aquí, ¿cuánto ganan los jornaleros de la fresa? Qué cerca
tenemos las distopías y cuánto nos cuesta verlas.
El
sábado me siento lo bastante bien como para odiar estar encerrado y
lo bastante mal como para que la tos me recuerde que estoy enfermo.
El tiempo pasa y no aprovecho nada. Días perdidos. Pierdo el tiempo
en redes, me despisto, la aspiradora se rompe, el riego se rompe.
Siento que este mes va a faltar dinero. La casa está desordenada. No
quiero comer y menos cocinar. Siento que lo que escribo aquí carece
de sentido y de interés exterior. Me había ilusionado con los post
de los dos primeros meses y ahora lo veo repetido y absurdo. Voy a
hacer espaguetis.
Coloco
los vinilos. Me sorprendo de lo que tengo. No voy a poder comprar
discos en muchos meses. No importa. Pongo Ziggy y me doy cuenta de
que está ligado a la memoria de Álvaro. Discos como funerales.
Aquella noche en la sierra cuando lo tocaron Cápsula y no me
esperaba nada. Tantas discusiones con él. No sé si el disco que
tengo es el suyo. Creo que sí, que se lo cambié por uno de Triana.
El del gato. Me gustaría tener también el del gato. Forrado por él
con plástico adhesivo. El primer vinilo que me compré, en Callejas
y voy y lo cambio. Aunque fuera por el Ziggy.
Domingo.
Discuto con M. y todo parece derruirse alrededor. Me siento tan débil
que tengo que aceptar que este año va a ser de economía de guerra
en todos los frentes: emocional, laboral y, sobre todo, económico.
Hacer cada cosa poco a poco y bien. Estar tranquilo y no sufrir. Leo
sin parar a Octavia Butler. Acaricio a Milan. Leo.
Lunes.
Viene el Pequeño y está bastante enfermo. Me da muchísima pena
verlo así. Menos mal que está vacunado. Menos mal que estoy
vacunado. Sigo cansado. Cada vez hay más trabajo acumulado
pendiente. Viene la feria.
Miércoles.
Doy negativo. Pequeño también. Voy a la librería y me parece
irreal, me encuentro a la defensiva, como si la calle pudiera
conmigo. La sensación de debilidad y temor me puede. Ver que el test
es negativo me da miedo. Miedo al Mundo. Voy a pasear con los perros.
Qué difícil es no rendirse. Lo natural es dejarse llevar, aceptar
la derrota, sumirse en el sueño, esconderse. En qué pocas
ocasiones, en la vida normal, nos obligamos a ganar. Hay pocas, muy
pocas, ocasiones en las que la única opción es luchar hasta el
final y no rendirse y suelen ser ocasiones en las que, realmente,
poco vas a lograr.

Paseo
con los perros como terapia. Nada nuevo. Terapia física para
recuperarme y terapia intelectual: obligarme a mirar el campo, el
paisaje. Obligarme a pensarlo. Intento hacer esas fotos imposibles
que nunca logro hacer. Entender a los perros: porqué y qué hacen.
Mirar los pájaros y las plantas, esas flores moradas de los cardos
que dan ganas de vivir. Pensar cómo fotografiar las amapolas aunque
nunca salgan bien las amapolas.
Es
setiembre. Natacha está tumbada junto a la libreta naranja de la
primavera. Me entristece volver a abril. El disco de Arleta se ha
acabado y oigo otra recomendación de Warren Ellis, de “El chicle
de Nina Simone”. Alice Coltrane no me gusta tanto.
No
vuelvo a escribir hasta noviembre. Hace frío y la chimenea está
encendida. Me cuesta ponerme con este texto porque no me pongo y así
es como la pescadilla vuelve a morderse la cola. Pero este fin de
semana voy a acabar abril. No he ido al fútbol, al campo, porque
tengo ganas de estar en casa y siempre me falta tiempo para estar
aquí: leer, escribir, salir con Milan al campo, acariciar a Trapa,
abrirle la puerta del patio una y otra vez a Natacha, cocinar para la
semana que viene. Me faltan horas.
Tw,
27 abril: “Si Elon Musk tuviera la presión fiscal de los años 60,
no podría comprar Twitter y en USA habría sanidad pública y
educación pública.
Y
no es mucho más complicado que esto.
Gracias,
Thatcher; gracias, Reagan; gracias, Wojtila.”

Abril
acaba triste, en silencio. Thiago fue elegido mejor jugador de la
semana en la Champions. Oigo a Itzhak Perlman. Quitar el Spotify ha
hecho que vuelva a oír obras que me gustaban, a músicos con los que
me siento en casa. Los perros me miran y me esperan para salir de
paseo. No salgo al jardín, todavía no tengo fuerzas. Empiezo a leer
las memorias de Sassoon. Hay una ola de calor en India como la de “El
ministerio del futuro”. En India.
[CONTINUARÁ]