Luminosa.
El invierno pasado la veía cuando volvía a casa
era negra, grande, con el pelo rizado, muy gorda
estaba parada en la rotonda y, a veces,
sonreía a sus compañeras.
La miraba y pensaba si habría vendido más que yo
un padre de familia burgués que vuelve
del trabajo, del fútbol, de la ciudad.
Me acostumbré a verla, gorda y grande,
y a pensar, desde la vespa,
si tendría tanto frío como yo
allí, esperando.
Ha llegado septiembre y ya es de noche cuando vuelvo;
miro y no está.
Han abierto una gran tienda,
con carteles azules gigantes iluminados,
hay muchos coches en su rotonda
y ya no están ni ella ni sus compañeras.
Acaba el mes, empieza el frío,
la Vespa tiembla y ella está
un poco más abajo,
fuera ya de la ciudad luminosa.
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