Días raros: tengo confinamiento y estrés. Envidio -y comprendo- algunos comentarios vuestros, de gente cercana y querida, que habla de que tiene tiempo y hace cosas pendientes y lee libros pendientes y discos pendientes y cosas pendientes. Yo no, trabajo por las mañanas (y algunas tardes) y el resto del día me limito a sobrevivir en una rutina muy parecida de trabajo y obligaciones en las que sigue escaseando el tiempo libre.


(Trabajo porque las autoridades dicen que puedo trabajar: está permitida la venta por internet, está permitido ir a trabajar. Obedezco y pienso obedecer con todo el rigor que pueda: sólo soy un peón. Obedezco, que es lo que toca.)


Ayer salí al jardín e hice fotos a las flores. Están impertérritas, el rosal enano que puse en el arriate está creciendo y cada día más bonito. En el huerto salen malas hierbas que demuestran que el suelo y la vida del patio mejoran. El otro rosal, el nuevo no acaba de arrancar después del trasplante. Como si nada. La tierra, la naturaleza, permanece. Los jacintos que planté en otoño tienen flores bellísimas. Tal cual. No les afecta la cuarentena, no oyen las noticias.


Estos días raros recuerdo a mi madre y, paradójicamente, me alegro de que nos dejara en setiembre y no tenga que pasar por esto. Ni ella, ni nosotros cuidándola. La recuerdo cada vez que algún imbécil dice que sólo le afecta a los viejos. Un mundo sin viejos es una mierda de mundo. Que pongan ellos los viejos. Recuerdo a los míos con furia estos días raros. Mis hermanos, mi padre, mi madre, Amadeo. Con alivio porque sé que ya no van a sufrir y con un deseo enorme de pedirles consejo, de abrazarlos y de oírlos. Mira lo que nos está pasando, mirad lo que nos va a pasar. Mientras, las flores siguen con sus colores y sus cosas. La naturaleza, que también es este puto virus, permanece. Y yo, estos días raros, cuidaré a los míos todo lo que pueda, seré obediente y miraré las flores: la belleza sigue ahí.
¿Cuándo decís que hay fútbol?







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