Soy mal lector de poesía, más bien no soy lector de poesía. Sólo he logrado disfrutar unas pocas veces: Salinas, Vázquez Montalbán, Gil de Biedma. Tampoco he leído mucho Lorca, lo lei en el instituto y no es exactamente el tipo de literatura que me emociona.  Supongo que he llegado a este libro de una forma un poco bastarda, me interesaba más Carlos Hernández, (en Flash sonriendo y callado, de visita en Praga años después, estupendo tantas veces en OrceMan, su blog), que leer otro libro sobre Lorca.

Creo que una de las, muchas, grandes victorias del franquismo es imponer un tipo de pensamiento eclesiástico. Es su gran herencia, nuestro gran lastre. Pensamos como iglesias: con verdades dadas a grupos de pertenencia que no se discuten. Lo decían las monjas de mi cole, la religión hay que tragársela entera. Vaya.

Me crié en la Granada de los primeros años de democracia: media ciudad ignoraba o despreciaba al poeta y la otra media lo santificaba. Unos se dedicaban a ignorarlo, a decir que lo habían matado por ser gay, por enemistades personales o por ¿equivocación?, (¿se puede fusilar a alguien por equivocación?), como si un motivo u otro convirtiera al terrible crimen en algo menos cruel y doloroso. Nunca he entendido esto: me da igual que lo mataran por rojo o por gay, es un crimen igual de terrible. No hay fusilados de primera y de segunda: hubo un régimen que masacró a todo aquel que no estaba en su bando. Entre ellos, no lo olvidemos, el alcalde, el rector de la universidad...

La otra parte de la ciudad convirtió a Lorca en una verdad absoluta e incuestionable. Recuerdo a Ana Belén poseída por su espíritu en un concierto en el que daba pena y vergüenza ajena y todo el mundo aplaudía estremecido por el sentimiento compartido. Se montó una pseudo industria cultural en la que lejos de estudiar, promocionar y vender con dignidad y respeto al poeta, se le convirtió en un santo laico más parecido a una estampita que a un referente intelectual. Es cierto lo que cuenta Carlos, no hay recuerdos, placas, en los sitios en los que vivió y frecuentó. Por otro lado su obra y su figura se acepta y venera como una verdad revelada en aulas, cátedras y bares.

¿Otro libro sobre Lorca? No, no es otro libro sobre Lorca. Carlos elige con acierto un punto de vista personal dentro de una familia burguesa granadina que nos acerca mucho a cómo se ha vivido, ocultado y sufrido en tantas casas de Granada la muerte del poeta. Genial el capítulo en el que pasea con su padre. Estupendo el dibujo, bien el guión. Lo acabas y desearías que durara más, tal vez eso sea buena señal, también una señal de que es urgente delimitar la separación entre cómic y novela gráfica, no se puede contar, y cobrar, una historia completa en apenas 110 páginas. 

Otro libro sobre Lorca y te quedas con ganas de más. Vaya.
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