En una tienda una abuela cuenta que su nieta llora y llora y que su hija no deja que la consuelen.
A los niños hay que dejarlos llorar, mamá. Es mi hija y yo la educo. Supongo que es porque hay que
enseñarles a dormir. Hay que ser un buen comunista - hijo - cristiano - abuelo - camarada - español. ¿Qué coño hay que
ser? ¿Quien dice qué hay que
ser? ¿Qué es
ser qué?
Lo que en Kundera era una extraña mezcla de tristeza, humor y reflexión en Skvorecky es cachondeo, cabreo y sexo. Los tejemanejes de una editorial socialista son descritos en una suerte de landismo checo en el que la censura, la autocensura y la estupidez propia de aquella dictadura, tan diferente y tan cercana a la que nosotros sufrimos, son el centro de la novela y, quizá, la ocupen demasiado. Tal vez Kundera piense que la política en una novela tiene que estar al servicio del arte y Skvorecky que el arte tiene que estar al servicio de la vida.
Lo que queda claro es que cuando el comunismo - neoconservadurismo - cristianismo - yihadismo - nacionalismo de turno conquistan todo el espacio vital y social hay que censurar a los clásicos de la literatura por inconvenientes y a los niños hay que
enseñarles a dormir dejándolos llorar. Si la verdad ya está establecida no hay porqué buscarla o replantearla. Si hay que sufrir, se sufre. Una mierda, vaya.