Poetas muertos.
Busco
dos libros que no sabía que tenía, que no sabía que existían de
un poeta muerto que vino unas pocas veces a la librería. No los
encuentro y me empecino en buscarlos y no los encuentro. Me da rabia
porque se han vendido y me gustaría quedármelos. No tiene mucho
sentido, —son libros de coleccionista, no de lector— no son
ninguna de las obras básicas de ese autor que hace poco descubrí.
Leí a Rafael Juárez gracias a la profesora de literatura de mi
hija. Un poeta de aquí, que cuenta nuestro paisaje y cuyos libros
leo como si fuera un vecino más de mi pueblo. El vecino bueno que es
poeta.
Me
empecino y no los encuentro. Miro la estantería de dentro y luego la
de fuera. Intento ordenarlas un poco. Todavía me quedan libros de
poesía de los que compré en Al-Andalus (ahora sé que esa librería
fue de Rafael Juárez) cuando abrí la librería. Entonces no se
llamaban autoediciones. O quizás sí. Me voy encontrando libros de
autores que venían y ya no vendrán más. Sus voces salen de los
estantes y me cuentan anécdotas de libros, (aquella vez que me
contaron cómo acabaron los libros editados con todo lujo por cierta
institución, mojados por la lluvia en un almacén de un polígono
con una uralita rota), de poetas, de política. Una señora rubia,
pendientes de perlas, mira diccionarios con una chaqueta perfecta
sobre los hombros. Se agacha y la chaqueta no se mueve. Se levanta y
sigue perfecta. No hay música esta tarde en la librería. Esta
mañana cantaba Nick Cave.
No
conocía a este poeta y estaba aquí al lado y hablaba de lo que a mí
me interesa. Sí que conozco a muchos otros que se fueron y a alguno
que todavía tengo la suerte de recibir y disfrutar. Veo más libros
y más muerte y suena en silencio el disco nuevo de Nick Cave y se
entremezcla con la voz de los Raros del Lunes. Con la voz de Friebe y
su tristeza poética. Con la emoción de Rosales que homenajea y
recuerda a su amigo.
“Más
cierto es el olvido que la memoria”
escribía Juárez y tal vez en esa batalla frente al olvido consista
nuestra decencia. Me levanto y me cruje la rodilla, me recuerda que
los años me están atropellando también a mí. No he encontrado los
libros. Un chavea
pasa en patín por la calle.
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