sábado, 12 de octubre de 2019


Busco dos libros que no sabía que tenía, que no sabía que existían de un poeta muerto que vino unas pocas veces a la librería. No los encuentro y me empecino en buscarlos y no los encuentro. Me da rabia porque se han vendido y me gustaría quedármelos. No tiene mucho sentido, —son libros de coleccionista, no de lector— no son ninguna de las obras básicas de ese autor que hace poco descubrí. Leí a Rafael Juárez gracias a la profesora de literatura de mi hija. Un poeta de aquí, que cuenta nuestro paisaje y cuyos libros leo como si fuera un vecino más de mi pueblo. El vecino bueno que es poeta.




Me empecino y no los encuentro. Miro la estantería de dentro y luego la de fuera. Intento ordenarlas un poco. Todavía me quedan libros de poesía de los que compré en Al-Andalus (ahora sé que esa librería fue de Rafael Juárez) cuando abrí la librería. Entonces no se llamaban autoediciones. O quizás sí. Me voy encontrando libros de autores que venían y ya no vendrán más. Sus voces salen de los estantes y me cuentan anécdotas de libros, (aquella vez que me contaron cómo acabaron los libros editados con todo lujo por cierta institución, mojados por la lluvia en un almacén de un polígono con una uralita rota), de poetas, de política. Una señora rubia, pendientes de perlas, mira diccionarios con una chaqueta perfecta sobre los hombros. Se agacha y la chaqueta no se mueve. Se levanta y sigue perfecta. No hay música esta tarde en la librería. Esta mañana cantaba Nick Cave.


No conocía a este poeta y estaba aquí al lado y hablaba de lo que a mí me interesa. Sí que conozco a muchos otros que se fueron y a alguno que todavía tengo la suerte de recibir y disfrutar. Veo más libros y más muerte y suena en silencio el disco nuevo de Nick Cave y se entremezcla con la voz de los Raros del Lunes. Con la voz de Friebe y su tristeza poética. Con la emoción de Rosales que homenajea y recuerda a su amigo.


Más cierto es el olvido que la memoria” escribía Juárez y tal vez en esa batalla frente al olvido consista nuestra decencia. Me levanto y me cruje la rodilla, me recuerda que los años me están atropellando también a mí. No he encontrado los libros. Un chavea pasa en patín por la calle.





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