Los santos.
Los chicos duermen,
ella también.
Hace frío y el silencio es absoluto.
Leo a Carver
con la ilusión del converso,
y pienso que Chejov es adorable
o, tal vez, un cretino presuntuoso,
esa gente odiosa
estúpidamente inteligente.
Un perro ladra lejos
y sólo suena el ruido interior.
Bajo la cortina de la caravana
y la negrura del valle alpujarreño nos engulle.
Unas luces, abajo, a la izquierda,
rompen el infinito oscuro.
Es la noche de todos los santos
y de la montaña negra
me llega un escalofrío:
el recuerdo
de los que están ahí
porque no están.
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