Me despierto sobresaltado: un truco para dormirme de tiempos que debieron ser más felices y no lo fueron me ha llevado a un callejón sin salida.

Entonces era difícil dormir. Aprendí a hacer listas para lograrlo: listas de canciones, listas de libros, listas de jugadores. Los titulares del Madrid de los 90. Mis tres novelas europeas preferidas. La selección desde que llegó la Quinta del Buitre. Las cinco mejores canciones de los 80. Pruébalo, es un buen método.

Pero me desperté sobresaltado: soñé que intentaba dormirme haciendo una lista de los libros, las novelas, que más me habían impresionado desde que cumplí 30 años y sólo lograba recordar dos: “Guerra y Paz” y “Ana Karenina”. Vale, con Larsson disfruté como un enano en un charco. ¿Y toda la novela negra que he leído en los últimos diez años? ¿Brunetti, Wallander, Jaritos?

Leo de nuevo a Wallander, ahora está en Letonia, en los países del telón sin acabar de hacer una lectura política, sólo contando la tristeza, la falta de ley. Lo relaciono con algunos planteamientos que no me han gustado, con la parte que no me ha gustado, del #15m. El papel amarillo de la edición de kiosco de mi libro le da más oscuridad, más pesadumbre si cabe, a Riga, al sufrimiento de gente que quiere justicia y libertad. Qué interesante sería una nueva visita de Wallander a Letonia, ahora cuando ya deben de estar dudando de si lo que les han dado era lo que querían.

Ivan Illich no sufre porque se vaya a morir, sufre cuando se da cuenta de que su vida ha sido una mierda. ¿Cuando dudé de Kundera? ¿Cuando su enésima recomendación no me gustó? ¿La última vez que volví a “La insoportable levedad del ser”? Ya, ya sé que el perro se llama Karenin. ¿Puedes abandonar a tu escritor favorito? ¿A tu equipo de fútbol? No, claro que no. ¿Puedes quererlos igual si ya no te los crees?

Parece tan simple: un crimen, unos personajes que se van contigo unos días y sufren: el marido muerto, la injusticia, el dinero. Una frase tras otra al servicio de una historia. El final que tampoco es tan creíble. Riga vista como un escenario oscuro. Una trama cogida con hilos finos que parece que no se va a sostener. Puede que no sea literatura que impresione. Y Wallander. Hacía mucho tiempo que no volvía a estar con el jodido policía sueco. En esta novela tiene 43 años, como yo en un par de meses. Wallander, tan sueco y tan real. Tan vivo que puede estar en tu casa y no darte cuenta. Decía Nabokov que lo importante de Ana Karenina era como se le movía el pelo al girar la cabeza. Habría que hacer una lista  con personajes capaces de girar la cabeza y mover el pelo en tu salón: Sallander, Fanny Price y Mary Crawford, el príncipe Bolkonski, Rebus, Jaritos, Brunetti y Wallander. Una buena lista para intentar dormir.

En una lista caben todas las literaturas, que son la misma, pero ¿caben en una vida de lector? ¿Somos capaces de ser el lector que fuimos y a la vez ser el que estamos siendo?

Abre cualquier libro y busca un personaje que pueda estar en tu salón. Que se le mueva el pelo. No es tan fácil, no.

Wallander tiene ya 43. Confundido, sólo y asustado. Qué suerte tiene. Puede que sus novelas no impresionen pero está vivo. Vivo.

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