El puente de los asesinos - Arturo Pérez Reverte
Diego Alatriste se va a Venecia de la mano de Quevedo a una empresa imposible y estrafalaria, cual aeropuerto manchego, con la única y sana intención de salir vivito y coleando de la aventura. El fracaso es inevitable y Diego es consciente pero va porque las reglas son las reglas.
El último Alastriste es una novela de soldados sin guerras, no hay más acción que en las lúgubres encerronas. Una aventura sin consumar que logra transmitir aun más la desesperanza con la que vivían estos tipos del Siglo de Oro y que en cierta manera nos recuerda a la tristeza que padecemos ahora. Leyéndola recordé al jornalero que entrevistaba el Follonero en el programa dedicado al campo andaluz. Hablaba mirando la tierra y diciendo que qué iba a hacer, seguir así, sin ninguna esperanza. Totalmente consciente de que había jugado la partida y había perdido: no tenía estudios, no tenía futuro y dependía de las migajas de trabajo que le fueran dando. Y el contraste con el hijo de los Alba en el mismo programa. Han pasado cientos de años y parece que siguen mandando los mismos caciques incapaces y sanguinarios.
“El oro con que se edificaban palacios, iglesias y catedrales lo pagaban él y los que eran como él con su sudor y su sangre, desde que la humanidad tenía memoria”
La Venecia de Donna Leon enloquecida y convertida en parque temático para turistas del fin del mundo es en la novela de Pérez Reverte una turbia república odiada por los españoles, llena de suciedad, inquisidores, callejones estrechos y oscuros, canales de agua negra y helada. También es la Venecia rica y próspera que se dedica al comercio y que asombra a los soldados españoles con sus edificios y sus navíos y les hace desear, ¿cómo ahora?, que en nuestra tierra se invirtiera más en crear riqueza y menos en iglesias y guerras. El mejor ejemplo es la intentona que se narra, abandonada a mitad de camino por un cambio de planes, se gasta, se malgastan vidas y dineros y a nadie de arriba parece importarle.
Hay trozos de la novela en los que el castellano antiguo fluye relajadamente y el pulso de la narración es vibrante y entretenidísimo. Tal vez hay menos referencias, que se echan en falta, a la literatura española del siglo de oro. Nunca sobran. Otras veces, se nota que se esta forzando el lenguage y, entonces, palidece la historia.
“...Ni siquiera a la música resultaba sensible. Sólo el teatro, al que como español era aficionado, y los libros, que ayudaban a sufrir con paciencia los malos trances, movían su interés y le proporcionaban ciertas blanduras al espíritu.”
Me lo trajeron las Reinas Magas. Y acertaron.
Las ilustraciones de Joan Mundet (por sí sólos ya justificarían la compra del libro): aquí.
El programa de la Sexta: vídeo.
El autor con Julia Otero.