viernes, 1 de julio de 2022

 

Mi 8M empieza comprando un reloj digital, porque no quiero mirar la hora en el móvil, en una tienda de Granada, de relojes, que no conocía y que está en San Juan de Dios. Tres meses he tardado en comprar un reloj que vi en la web pero no tenía sentido comprar en la web una herramienta para alejarme de la web, del móvil.

Hay muchísima gente en el 8M, mucha más de la que creía que iba a haber. El feminismo es el único movimiento progresista hegemónico en España. Ni siquiera el cambio climático tiene tanta unanimidad. Me paro a pensar en las consignas que se gritan: que no se maten mujeres, que haya igualdad, que los derechos sean para todas. Leo las pancartas y piden volver a casa con tranquilidad, no ser violadas, tener voz. Nada que ningún hombre decente no pueda firmar con entusiasmo. Toda esta gente tan joven, tan femenina, son el último escollo para frenar a Vox y a la revolución conservadora que quiere ahogarnos. Son las que no van a transigir con su mezcla de mentiras y estupideces.




El 8M es uno de los ritos de las nuevas generaciones. Como Halloween en otro sentido. Celebraciones paganas que nos cuentan que otro mundo ha llegado y es ya este mundo. Un mundo, en estas fiestas, mejor que el de antes. Mejor que aquellas semanas santas de mi infancia en blanco y negro y sin televisión.

Marzo empezó el 8M pero el post de febrero acabó un día después, con el partido del PSG. Escribo sobre marzo desde la distancia de junio recién empezado, la liga y la champions terminadas, el calor que ha sido y será severo y la luz hasta las diez de la noche. Hay que volver sobre los diarios: como ejercicio de memoria, de escritura. Y porque dije que iba a hacerlo y quiero hacerlo.

El 13 de marzo jugó el Granada y pensé que era otro partido que nos decía, ay, que nos íbamos a segunda. Repaso la alineación del año pasado y no están Rui Silva, Yangel, Gonalons, Kenedy y Soldado. Pues igual es más obvio de lo que parece. A eso sumémosle la nefasta gestión de la entidad. No se puede dejar a Torrecilla como interino, o confías en él y es el entrenador hasta fin de temporada o fichas a alguien con más experiencia.

Salgo de noche. Me resulta extraña Granada, su ambiente nocturno. Señores con los estragos del alcohol por las aceras. La Bella Kurva con Antonio, que ya no volverá a estar porque lo ha traspasado; otro final en este año de finales. Salimos y aunque el plan era ir al Ruido, no me atrevo. Hay sitios que requieren una determinada energía: fuerzas para ver gente, oír música alta. No tengo esas fuerzas ahora. Vamos al Bohemia. No hay café. Creo que los libros de la decoración se los vendí yo cuando estaban en las espaldas de la Facultad de Traductores, a finales de los noventa. Una pareja bastante borracha se seduce en la mesa de al lado. Están en su mundo pero yo los tengo justo enfrente y no logro evitar que estén un poco en el mío. Me resulta entre grotesco y burdo verlo. La sobriedad proporciona un exceso de lucidez en ocasiones. Camino desde el Bohemia hasta el párking. Bajo por Sócrates y el bar de Enrique ha cerrado definitivamente. Hay grupos de chavales que hablan a voces. En el tramo de los pubs veo que siguen todos los bares que conocía pero con distintos nombres: Barra Fija, Odeón, Peatón. Les han lavado la cara pero siguen siendo parecidos y creo que para el mismo tipo de gente que antes. Me entristece, es como si las generaciones repitieran la misma rueda eterna de errores. Busco un buen recuerdo de esta calle, el Odeón recién inaugurado era bonito, como local, como espacio. Recuerdo mi vida en estos bares y otros parecidos como un tremendo fracaso. Me salta un recuerdo en facebook en el que estoy feliz porque acabo de construir una pajarera. Me dan pena los pájaros encerrados.




Llueve al volver. Canta Rafael Berrio la vida buena. Tengo frío y hambre. Ladra Milan cuando llego.

Hoy, cuando vuelvo a marzo, hace frío y junio se acaba. El aborto ya no es un derecho en USA y Vox lo celebra en un tuit.

Salimos el domingo por la mañana a hacer fotos. Vamos a una casa abandonada, antigua, que hay en una avenida justo antes de la estación de autobuses de Granada. Están urbanizando ahí, supongo que la demolerán pronto. No veo las fotos, no logro imaginar cómo fotografiar ese espacio. Tiro fotos, no me gustan. Me gusta la foto de la casa desde lejos, esa imagen que existe en mi cabeza con esa luz oblicua cuando la veo desde la Carretera de Jaén, al atardecer, al volver a casa. Hago una foto en la que M. sale guapísima, seria, enmarcada en una ventana sin marco, con Milan al lado. Miro los balcones y no veo fotos. Hay una puerta con un candado y un perro dentro. No sé si serán los dueños de la casa o alguien que la está aprovechando para vivir.



Seguimos hasta una zona que hay entre Maracena y Granada. Periferia de la periferia. Un barrio que parece pobre de casas adosadas, muy adosadas. Hay un campo vallado al lado con una puerta. Junto a la puerta, un corral improvisado con unos caballos. Paradas de bus abandonadas, terreno urbanizado que no se construyó, ni campo ni ciudad. Hay pájaros que no distingo bien en los pocos árboles. Grafitis. Dudamos sobre si unos ojos azules son de Monica Belluchi. Otra casa antigua, abandonada, pero mucho más fea que la anterior. El paraje es desolador y está verde. Una familia juega al béisbol a lo lejos y una mujer pasea a su perro. Volvemos al coche.




Reviso mi twitter de marzo: el día 10 puse un brasero de ascuas en un cubo de metal. Un cubo como los que se usaban para ordeñar, en la vaquería. Lo he usado durante buena parte de la primavera en el escritorio, en la cocina. El invierno que viene lo usaré más. Calefacción ecológica y barata.

El 15 de marzo, llegó la calima. Una nube de arena y polvo lo cubrió todo y el paisaje se convirtió en una pesadilla distópica. En el Polígono de Juncaril había cola en la gasolinera low-cost. Salgo con el Pequeño a pasear los perros. El aire está sucio.

Jueves. Voy a ver una biblioteca en casa de un cliente. Paseo por la zona de la calle Sol: Flor y Nata, el Tango, el Amazonas, todos cerrados, como Grebeco. Un mundo que ya no existe. La tienda de la hermana mayor que era un refugio seguro. Las cañas al mediodía como religión. Ir a verlos y que siempre te invitaran. Qué poco valoramos cuando somos niños las cosas que damos por supuestas y qué importantes son. Que te inviten, ay. Una biblioteca imponente, pensé que podía comprarla pero con los días me doy cuenta de que no puedo. No tengo sitio, ni capacidad para ponerla a la venta en un tiempo razonable como para que sea rentable. Las bibliotecas, las grandes bibliotecas, se parecen a sus dueños, como las librerías y los perros. Es triste cuando se separan. Con los años he aprendido a entenderlo y que no me de pena. Las bibliotecas son la vida de sus propietarios, cuando se deshacen ya han cumplido su función, ya han sido lo que tenían que ser y han dado lo que tenían que dar. Que vuelvan al mercado, que vayan a sitios donde los buenos libros sean apreciados y caigan en manos que los lean y disfruten de nuevo es lo mejor que les puede pasar. He usado “mercado”. Perdón.



Tw: “Qué ilusión me haría Adelante Andalucía si no los hubiera conocido.“

Domingo. Acabo “Recuerdos de un jardinero inglés”. Me gusta. Empiezo a analizarlo un poco y mejor, no. O quizás sí. El relato de las clases altas inglesas, el desprecio al proletariado, las buenas intenciones y la bondad de las élites. Entiendo que este tipo de libros son para dejarse llevar y disfrutar y me quedo con la ternura del final, con el relato eficaz, las anécdotas de jardinería y el sabor inglés de jardines e invernaderos. Sí, es el libro con el que estaría de acuerdo la abuela de Downton Abbey y por adorable que parezca, vota a Vox. Leer también es ver qué ideología hay detrás.

Recojo unos libros en la casa de una amiga. Lo que queda de otra gran biblioteca. La casa tiene ese aire que se queda en las casas cuando han muerto los que las vivían. Esa tristeza callada, ese abandono incipiente. Me ayuda Pequeño y rescatamos varias cajas de libros. Al día siguiente me duele el hombro izquierdo. Antiinflamatorios.

El Granada parece tener espíritu. Torrecilla acierta con las decisiones tácticas y con los cambios. Dos-tres en Vitoria. Nos vamos a salvar. Quiero salir al jardín. Leo a Fisher. Madrid-Barça y no juega Benzema. Ha florecido el cerezo y la vinca mayor tiene una flor azul con el centro blanco. El patio está despertando. La glicinia tiene grupos de flores que espero que se abran a final de mes, para el cumpleaños de Sf. La lantana está brotando, como todos los árboles. Me hacen falta más horas de huerto para quitar hierbas y plantar el huerto de verano. Ya hay habas, hay que atarlas.

El Madrid se suicidó un poco ante un joven Barça. Joven porque aunque algunos son mayores todos tienen roles nuevos. Ferrán va a ser una estrella, me sigue pareciendo un fichaje buenísimo. Pique es un oráculo en el campo. Busquets un viejo sabio. Xavi es nuevo, aunque sea el de siempre. Creo que Ancelotti tuvo miedo. Nadie mejor que él conoce las carencias del equipo y de la plantilla con muchos ex-jugadores en el banquillo. Cómo estarán Jovic o Isco para no tener minutos con la baja de Benzema. El Barça era el grupo con disco recién sacado que tocaba por primera vez un concierto en un escenario grande y todos creían en lo que hacían. El Madrid andaba entre la suficiencia y el miedo a que se notara que ya no puede, que algunos no saben, que la Liga estaba sentenciada y había que ahorrar energías, esfuerzos. El Chelsea es favorito.



Dice Mark Fisher que esta sociedad que está en permanente cambio, a la vez, está más uniformada que nunca. Zara en cada ciudad que visitas. Gastrolibrerías con sofá. No me gustan los parones de selecciones pero tengo que aceptar que son un reducto para las diferencias. Los uruguayos juegan como uruguayos; los españoles, como españoles. El parón de selecciones es un horror. Busquemos un consuelo: llueve.

Es jueves, voy a la ITV en Peligros. Al salir, M. me dice que por lo menos no tengo que ir a Alcalá la Real, como el año pasado. Voy a Peligros. Un camión al lado bajando hacia la rotonda de entrada a Albolote. Al entrar en la ITV un coche me pasa muy rápido, muy cerca, por delante. No lo he visto. Llevo las gafas de cerca y el libro de Mark Fisher en el asiento del acompañante para leer mientras espero. Busco una mascarilla para entrar en la oficina y no tengo. Hay una fea y sucia en la guantera. Me la pongo sin pensar mucho. Un grupo de hombres en la puerta están de tertulia. La máquina de las citas está vacía. Tecleo la matrícula de mi viejo C3. No aparece. Le pregunto al hombre del mostrador. Me dice que mire en el móvil dónde tengo la cita. Alcalá. Vuelvo a la calima y regreso a casa tranquilamente.

No tengo ganas de trabajar. Oigo a Nick Drake. Me gustaría entender bien sus letras. Fuera, el cielo es naranja.



El Granada va a sacar un libro sobre sus 90 años de historia. Me llaman del club para que lo tenga en la librería. Encantado.

Tengo una conversación en un grupo de Whatsapp sobre escapar al norte con gallinas, huerta y cabras. Es un lugar común ya en muchos grupos de amigos digitales: escapar. Un síntoma de que nuestra vida está mal y nos falta naturaleza, cordura y tranquilidad. Me como dos habas del huerto. Vainas grandes y frutos medianos. El viento las ha tirado casi todas. El níspero, muy joven todavía, también está doblado. Cojo lechugas, pocas y chicas. No se han dado bien este invierno.

Tw: “En este país los pijos no paran de quejarse y de molestar”

Oigo el disco de Netrebko y Baremboin, lo he descargado de Soulseek aunque lo tengo en CD. Lo había casi olvidado. Es una maravilla.

Hoy es 29 de junio y hay unas estanterías vacías en el dormitorio que marcan que esta historia o este libro o este diario, o lo que finalmente cuaje, ha terminado. Ese tiempo se ha acabado. Comenzó en setiembre del 19 cuando las pandemias no existían y ni el jardín ni el huerto ni el arriate existían y acaba hoy con un armario vacío. Ahora queda mirar hacia atrás y escribir sobre lo escrito, sobre lo vivido. Ver si el proyecto que nació en diciembre del 21 como una forma distinta de escribir en redes: doce posts, uno al mes, para facebook y el blog, es como creo, una unidad con lo que llevaba escribiendo desde que llegué a esta casa, en el blog, en mi diario y en redes. Y ver si las fotografías que he hecho en estos tres años cuentan, como creo, este patio, este campo, esta vida.

Oigo “Desorden” pero sólo me queda una frase maravillosa. Nada del dramatismo de la canción, por suerte, en lo que escribo, en lo que vivo. Pero no me resisto al placer perverso de oírla hoy.

Voy al Lemon a ver The Gulps. Apadrinados por Alan McGee. Han pasado lista y están en el concierto todos los modernos de los últimos treinta años. Grupo de guitarras, que mezcla cosas de otros grupos que ya he oído. Tienen fuerza y ganas y un cantante que parece tan drogado como los de los noventa. No sé. Creo que sus expectativas y sus fans son excesivos. DJ Puto Amo me pregunta desde cuándo en la primera fila de los conciertos de guitarrazos hay gente haciendo fotos. Estamos mayores. El aire estaba limpio en el paseo hasta el Lemon.

Le pongo un disco duro al ordenador de casa. Ordeno mi nueva colección de mp3. He dejado de usar el Spotify creo que definitivamente. Viene un gato naranja a la ventana. Natacha quiere que se vaya. La nandina de la cocina brillaba porque el sol le daba horizontalmente.

Oigo a Trombone Shorty por Treme. Adoro a David Simon. Igual debería estar viendo Treme en lugar de estar escribiendo. Escribir mola. No tiene sentido, pero mola. Esto es tan aplicable hoy, en junio, como lo era en marzo. ¿Cómo voy a ver Treme ahora?



Vamos a Alhama. La carretera es la típica nacional perfecta para conducir. El campo está pardo, sucio de la calima. Desayunamos churros. Aparco junto a la Iglesia del Carmen, de ahí sale el camino que va a la Pantaneta, que es nuestro objetivo. Hay una primera bajada muy pronunciada que va hasta una fábrica de harina abandonada. Camino ensimismado por un camino paralelo al río que recorre el valle y cambia a veces de altura. Es un camino agradable. Hay una ermita que parece una caja de herramientas. Un gato romano estupendo. Una habitación oscura con gallinas que dan un poco de pena aunque una de ellas tiene el plumaje bien. Pasamos un puente y hay olmos o algún árbol similar para madera. Me fastidia mi incultura en botánica. Llegamos a una carretera y detrás está la Pantaneta. Nos adentramos un poco por la orilla derecha y descansamos mirando el agua, que brilla y hace juegos de luces, y oyendo las fochas. Hace calor. La vuelta se hace corta.

Comemos en un bar que se llama Ochoa, en Alhama. Nos ponen un brasero de ascuas de leña y me da calor. Gambas, migas y verduras a la parrilla. La señora se preocupa de que estemos bien y estamos bien.

El viernes acabé el libro de Mark Fisher y es una maravilla. (Lo tengo desde entonces en la mesa del escritorio, pero no he vuelto a él lo que debiera).

Tw: “Acabo de decirle a un cliente que no tenía una novela gráfica porque quedaba uno y lo habían reservado. (Yo, lo había reservado PARA ÉL). Sacadme de aquí o traedme gasolina.”

Leo a Santoni, “Para escribir hay que leer”. Siento que no he leído lo que tenía que leer si quiero escribir. Soy un fraude. Un fraude no, porque nadie me tiene en consideración. Soy un autoengaño.

Me equivoco en una transferencia y la Caja Rural de Granada no me deja anularla. No puedo. Me cobran una deuda de una cuenta de mi madre. Me cabreo y les digo que me voy a cambiar de banco. Me siento mal por enfadarme, las trabajadoras no tienen la culpa y aunque he sido amable con ellas, es un mal rato. Me llaman del banco días después. Me van a reintegrar parte del dinero. Me siguen cobrando un dinero que no tendría porqué perder. Intento no cabrearme más y dejarlo así. Tengo que mirar hipotecas y cuentas y me da una pereza tremenda.

Leo a Nina Burton, “Las finas paredes de la vida” y no conecto con la narración y me siento culpable por no estar leyendo la Lista de Santoni. Puto italiano.




La vida del autónomo andaluz la describimos Antonio Bella Kurva y yo con una cerveza sin alcohol y un plato de fideos de soja delante hace tiempo. Es día quince, crees que ese mes va algo mejor La Cosa y te compras un cómic. Es día 30: como estuve tan loco de comprarme un cómic con lo que hay que pagar. En la ITV me dicen que los amortiguadores del C3 están mal y hoy se ha roto el motor de la persiana de la librería y ayer la Rural. Recuerdo el Papalia, el libro de Psicología de primero de la carrera, que decía que estamos menos preparados para los pequeños contratiempos que para los grandes problemas. Hablaba de esta semana, de este fin de mes. Solución antigua y proletaria para estas cosas: gastar menos y currar más. Nada de lo que sentirse orgulloso, es una mierda estar siempre así, con la puñetera piedra de Sísifo encima. La experiencia dice que cuando están mal las cuentas lo primero es buscar porqué dentro, las causas internas. Ver qué y porqué. Y todo esto lejos de la bazofia neoliberal de emprendedores y garajes exitosos. Me da fatiga escribir de dinero pero es parte de la vida de la librería, parte esencial. En este texto que roza todo el rato los límites de la intimidad, me incomoda este tema, pero odio la visión de los negocios culturales en los que se trabaja por amor al arte y parece que las facturas, las hipotecas y el pienso de Milan se pagan con buenas intenciones, oliendo bien y montando en bicicleta.

Tw: “Está mañana me han dicho que un autor escribía libros sobre España y tenía amoríos con "la otra" y he ADIVINADO que era Don Benito.”

La lista de libros imprescindibles para el 22 va por 57 títulos, cuatro hojas y está acabando marzo.

He salido al campo justo antes de la tormenta que venía y que estaba descargando en algún sitio entre Moclín y Deifontes. Había un arcoiris pequeño al noroeste. He hecho fotos y las ha destrozado el hdr del móvil. La planta que se parece a la rúcula pero es silvestre está en flor y salpica de blanco el verde brillante de toda la hierba que ha brotado gracias a la lluvia de estos días.

Milan viene y sube sus patas sobre mis piernas mientras me lame, Natacha mira a la pared impertérrita y Trapa duerme como si la felicidad existiera.

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