¿Cómo se empieza a escribir un post, un capítulo, sobre lo vivido por uno mismo? Por Twitter. Búsqueda de lo escrito en ese mes, ordenado cronológicamente. Por las fotos de Google Fotos. Por las libretas. ¿Cómo se cuenta lo que no se quiere contar en un diario? ¿Cómo se expone la propia vida si no se quiere exponer? Si no tiene interés más allá del interés público, colectivo, que tenga. Repaso la libreta de mayo y me sorprende que lo que más me preocupó en aquel momento hoy es agua pasada. No las personas, ni los sentimientos, pero sí los instantes, las escenas. Ayer, noviembre del 22, frío y lluvia, iba hacia la librería pensando -otra vez- en qué sentido tiene este texto: ninguno. Hacerlo. Tirar hacia delante como si la vida me fuera en ello y no darle más vueltas. Escribir porque hay que escribir. Ha salido el sol y parece que hoy no va a llover y esta noche la Bien Querida cantará que “todo lo bueno y lo malo del mundo, nace de un salto al vacío”. 


        Vuelvo a mayo. Es domingo, festivo, M. hace yoga y oigo de fondo a Adrienne. Escribo porque hay que escribir. Hay un silencio plomizo en la casa. El fin de semana ha pasado tranquilo, sin nada que contar más allá de los paseos con los perros, la ternura en la mirada de Milan y Anjana, el Madrid ganando muy sobrado al Español, jugando con una confianza enorme y en un momento de forma muy alto de muchos suplentes. Los abrazos con los niñes, ver Batman con el Pequeño. No entiendo el cine. O no hay nada que entender. Batman más thriller, más novela criminal que superhéroe. Algunas escenas chocan por lo poco creíbles. No encuentro el dilema moral. La corrupción y la violencia son malas pero nada se dice de qué las causa. De porqué. El ejercicio estético se queda corto, faltarían más cosas. Casi tres horas: a pesar de todo no se hace muy larga. Monachil es uno de los pueblos más bonitos de Granada. Andamos hasta la entrada de los Cahorros. Me encuentro mal pero sigo y sigo y callo. Comemos luego en el Puntarrón, casi en silencio. M. puede que se vaya a trabajar fuera el curso que viene, este curso. Vendrán otros años y otras situaciones, pensé, y quiero estar ahí. Recuerdo aquella comida con el sol quemando los montes y la tristeza inundándolo todo. 


Hoy es lunes, festivo comercial, 2 de mayo. Trabajo en la librería. Estos días sólo les sirven a los centros comerciales. No viene nadie. Oigo a Gardiner y a los Stone Roses, a los que nunca he prestado atención. Conozco todas las canciones de los bares. Vamos a comer al Alhambra Palace. Nos invita R. que está contenta y es muy amable. Las vistas son increíbles y la terraza da tanta paz como siempre. Hablamos un poco de literatura. No recuerdo el nombre de David Lodge. Sí, el título del libro —”El mundo es un pañuelo”— y de qué trata. Nos habló de él Sultana Wahnón, hace 30 años o más. No recuerdo qué pintaba yo en una clase suya o si fue una conferencia. Pero recuerdo el libro. Aunque el Covid haya borrado momentáneamente el nombre del autor de mi memoria. M. se apoya en mí un instante y me siento bien. No estoy curado. Sí estoy curado pero no me he recuperado. Me canso mucho todo el tiempo, todas las cosas me cansan. Un grupo de veinteañeros con flequillos al viento y camisas celestes me recuerdan dónde estamos. Y qué burguesía hay. Pienso en que tengo que escribir para el blog y arreglar el huerto un poco. Luego vendrá la feria. 


Estamos en enero, he acumulado dos meses más de retraso con este texto. Hace frío hoy, hace frío parecido al que hacía antes. Frío de viento de la sierra y miedo en las entrañas. Ha muerto Simic, cierra la editorial Volcano y he forrado la libreta que uso de diario con un plástico que le he quitado a un libro de Elisabeth Benavent. Creo que, aunque usar plástico para forrar sigue pareciéndome odioso, me salva que el plástico sea de ese libro, para forrar una libreta comprada en India, en una librería con muchos dependientes y que tiene las tapas como si fuera un herbario.





Miércoles y en un rato juega el Madrid con el City. Hemos trabajado en los listados de libros para la feria. Siento mucha inseguridad sobre cómo hacerlos, qué pedir. Durante la feria se cumplirán veinticinco años desde que abrí la librería. Veinticinco años. Ojalá salga bien la feria. Hoy llueve de nuevo. Hago fotos de las flores, con el móvil, con gotas de lluvia. Me gusta el “Curso de fotografía” de Momeñe pero dudo entre leerlo con continuidad y parar en cada sugerencia que da. Juega Valverde. Bien. No creo que tengamos posibilidades. Si el City encierra al Madrid acabará ganando. ¿Puede el Madrid salir de esa presión? Natacha me acaricia. 


Tw, 22:03: “Carlo ha inventado un 442 para que Modric no sufra.“


No apunté nada más en el diario ese día ni los siguientes. Recuerdo el partido como una explosión de adrenalina. Todo el rato pensando que el City era mejor y que el resultado -que ganara el City- era justo. Veo ahora, enero del 23, el resumen. Recuerdo que había perdido todas las esperanzas. Cuando Rodrygo marcó el primer gol pensé que había cambiado el viento y que podía pasar cualquier cosa. Y pasó. La victoria más increíble que he visto en mi vida de aficionado. 


Tw, 23:46: “Faltaban Cristiano, Bale, Modric, Kroos, Casemiro, Ramos, Varane y Marcelo. Con Vallejo de central. Hay un nuevo equipo que hace lo de siempre.”


Tw, 23:47: “Lo difícil es ganar siendo peores. Siendo mejores lo hace cualquiera.”


Al día siguiente salgo con Milan al campo y me entretengo haciendo fotos absurdas. Es mejor estar haciéndolas que verlas luego. Ha sido un día triste. M. se irá a finales de mayo a vivir a Almerimar. Pienso en cómo contar un diario cuando no quieres contar tu intimidad pero parte de la historia es cómo vives esa intimidad. Dónde están los límites del pudor, de lo privado y de lo que no tiene interés. Es el día ideal para pensar sobre estas cosas: un amigo me recuerda en un grupo de whatsapp lo absurdo de mis textos y logra que me sienta muy ridículo. En estas ocasiones vuelvo al instituto. Al sentimiento de que no te podías fiar de nadie, tampoco de los más cercanos. Shakira destroza a Piqué públicamente. Los ricos viven en un escaparate y puede que no necesiten la protección de la intimidad. El pudor, la vergüenza, la intimidad, son defensas que necesitamos los que no tenemos otras. Pienso en los casos que ha habido de mujeres trabajadoras acosadas con vídeos sexuales que han acabado en suicidio. La clase social sí que importa. No sé cómo escribir esto, sobre esto. También, hoy, me doy cuenta de que el tiempo en el que escribo, 12 de enero del 23, está fuera del tiempo de este libro —o texto, o post, o como queramos llamar a este curioso empeño— que tenía como primer objetivo escribir 13 post sobre el año 22, comenzando en diciembre del 22.  Vuelvo a mayo. Miro los tuits de aquella noche, me parecen pocos para el recuerdo que tengo del partido. 


5 de mayo. Descubro un disco de Roddy Frame que no había oído, que no recordaba. Me encanta “Over you”. Intento entender bien la letra y me temo que lo logro. Subo a redes una foto de un iris azul del patio con un trozo de una estrofa. Me temo que logro entenderla. 

"The thrill on your face, looked down and left

Now I'm filling a space, it's torn in my chest

All the effects, churning machine

Nobody live to care what it means"


Novi se está muriendo. Me llama Andrés y me quedo frío, helado. No debería morir la gente antes de tiempo. Es una frase hecha, lo sé. Pero es verdad. Pienso en M. y oigo a Daniel Romano y es como si fuéramos en coche por alguna carretera nacional buscando casas en ruinas y cafeterías para leer y escribir y no hubiera un amigo muriéndose en el hospital. Milan me mira y me persigue. Pienso en Novi. Pierdo tiempo en redes, mucho tiempo. No leo. El jardín me necesita, el patio tiene que ser confortable y no lo es. No hay una silla para escribir, no hay un sitio cómodo para llegar y sentarte. Tengo que arreglar eso este año, este verano. No sé elegir cuáles son las prioridades en el jardín. Hay demasiadas cosas por hacer. Subo una foto de la Iglesia del Chaparral a las redes. Me encanta verla al llegar de viaje y sentir que he llegado a casa. Olds habla de que las canciones mueren también. 


Tw: “"Nunca entendí que al

final del mundo, las canciones tuvieran que morir también,

así como todos los poemas,

todo el arte"

.

#SharonOlds


Muere Novi. Lo siento como un mazazo. Se junta todo: el presente, el futuro, la debilidad por el Covid, la tristeza del amigo perdido. Paso el día en redes, leyendo y viendo el cariño que ha dejado. A pesar de su carácter difícil. Me alegro mucho. Recuerdo cuando fue a Nueva York y me envió una postal, ¿dónde estará guardada? ¿la habré perdido? Y luego, a veces, nos veíamos en la calle y apenas nos saludábamos. Hay algo en los amigos de tanto tiempo que es importante y valioso. 


Escribo esto en Facebook y no me gusta: “Tío, fui yo. El día aquel que estábamos limpiando La Burbuja y te volviste loco porque el equipo de música sonaba mal, fui yo. Llevabas horas poniendo a Bob Dylan. Desenchufé la clavija del bafle que había cerca del baño. Creo que te lo reconocí en su momento. Pero por si acaso.

Me alegro de que el último libro que te recomendé, en medio de la pandemia, te gustara. A mí también me pareció muy interesante. Este año leeré a Cortázar y oiré a Bob Dylan. Saluda a Jesús de mi parte.

Y oiré la playlist que hicimos entre todos con la música de la Burbuja y sentiré un extraño agradecimiento. Gracias, querido amigo. Descansa en paz.”


Me quedo con la ternura de tu última visita a la Praga, para decirme que el libro de Krukowski te había gustado. Con la música que tantas veces me descubriste. Con la socarronería y la complicidad de tantos días juntos. Con la alegría de vernos por las calles y saber que, con todo, estábamos en el mismo bando. 


Salgo al patio y pongo el riego en marcha. Acabo de cortar el césped. Hago poco para lo que el jardín necesita. No logro escribir el blog este texto y el diario. No tengo suficiente tiempo. Pero cada vez me interesa más esa doble perspectiva, ese volver sobre lo escrito y repénsarlo, reescribirlo. El Granada le mete seis al Mallorca en la primera de las cuatro finales que nos quedan. Se nota la mano sensata de Karanka. Me hago la comida en el descanso y marcan dos goles. Me despisto porque el día es lo que es y no puedo pedirme más. La lista de libros que quiero leer que empecé a principio de año va por ochenta y dos libros. 





Martes. Me dice mi médica que pretendemos que vamos a ser los mismos que antes de enfermar de Covid y que todo va a ser igual y no, no es verdad, la recuperación es lenta y quedan secuelas. Yo también lo creo, sin conocimientos médicos, pero es duro oírlo y saberlo.


Tw, “—No voy a criticar a ninguna candidatura de izquierdas del 19J. 

—¿Ni al psoe? 

—Ni a esos, aunque no son de izquierdas. 

—¿Ni a los troskes? 

—Ni a esos. Ni a esa. 

—Dios.”


El jueves llegamos a la caseta y ya han dejado los libros la gente de Azeta. Muchos libros. Muchas cajas. Mucho caos y poco orden y es al revés. Logro estructurar cómo ponerlo. La mitad para Contexto y la otra mitad para la selección habitual más las novedades. No me siento nada seguro de estar haciéndolo bien. Al colocar los libros sigo teniendo ganas de leerlos todos. Es lo que más me gusta. Ahora, meses después, al escribirlo, recuerdo que no tardamos tanto, que entre M. y yo lo hicimos relativamente rápido. 


13 de mayo. Caseta 24. Para abrir una caseta hay que hacer varias gestiones administrativas no muchas, en realidad solventar algún papeleo, decidir qué fondo llevas, qué libros quieres vender, qué imagen quieres proyectar, pelearte con Google Sheets para lograr una hoja de cálculo que sirva de caja, colocar miles de cajas de libros con un cierto orden. Y abrir. El 13 por la mañana, algún letrero hecho con Canva, algún adorno, muchos libros chulísimos, abrimos. La primera vez en los veinticinco años que lleva abierta la librería que participo en la Feria del Libro de Granada, la de nuevo. Trabajar en la calle es distinto. Elegir bien los libros con esa extraña y complicada mezcla entre mostrar lo que suelo vender en la librería y ser eficaz y sacar la feria adelante. Esa era mi obsesión los primeros días. 


—Me han dicho que Dostoievsky está muy bien.


Hace calor en la caseta, la justa para estar todo el rato con un punto de sudor. Las horas pasan realmente rápidas. Ayuda que estamos tres, Marián de Ubú en su caseta, que está unida y parece, con la nuestra, una muy grande, M. y yo en la nuestra, y vamos comentando. Aparece C. —un señor grande, que pide cigarros, que ya es mayor— para recordarnos que hay una Granada eterna que está representada por sus locos. El público no tiene nada que ver con el de la tienda: es público en general. 


—¿Tenéis libros de Elísabet Benavent?

—Pues no, lo siento. 


Vendo a Pasti y a Mark Fischer. A clientes (y amigos). Muchas de las ventas son a nuestros clientes que pasan a vernos por la feria. Esto me hace dudar. No sé. No funcionan los libros de Capitán Swing que he puesto en la primera fila. Los pondré atrás. Sí, “Utopía es una isla”, y me alegro. Dos chavales con camisa y espíritu de ADE hojean “Antifascistas” de Miquel Ramos. Lo sueltan con tal desprecio que me gusta tenerlo ahí, a la vista de la Gran Granada. Voy a intentar llevar el diario a diario durante la feria. Un rato. Sólo un rato. 


Por la noche tocan el Grupo de Expertos en la explanada del Palacio de Congresos. Cuando llegamos hay muchísima gente. Algunos jóvenes, muchas parejas con niños chicos. Cuarentones con actitud adolescente. Si el alcohol es siempre antiestético, la mezcla de alcohol y demasiados años es terrible. Abajo, a la derecha, suena fatal. Tocan la primera la reconquista de Graná. Saludo a un amigo, al que no reconozco, a Tomás después. Ya no la he oído. Vemos a nuestras amigas en la grada. Desde ahí si se oyen las guitarras: suenan bien. Los Expertos necesitan de un altísimo nivel de complicidad para funcionar. Hay muchas canciones basadas en esa complicidad. Está lleno y hay muy buen rollo. Estoy, estamos, cansadísimos. Supongo que todo bien.


Sábado. Noto el cansancio físico en todo el cuerpo pero sobre todo en las piernas y los pies. Dolor. Ganas de estar todo el día en un sofá leyendo y durmiendo. Hoy a ser duro pero mañana será más tranquilo y menos estresante. Creo una nota en Google Keep (que no usaré) para apuntar cosas para el diario. Un prediario. Quito los libros de Capitán Swing. No han funcionado. Se vende variado pero sobre todo vendemos muchísimo de nuestra selección. Me alegro cuando vendo los libros de Pasti o Fukuoka. Las horas pasan rápidas porque se para poco. Hace mucha calor y estoy casi sudando todo el tiempo. Al final, muchas ganas de una ducha. Cenamos en el Aliatar de San Antón con Marian. Muy grande, muy blanco; me recuerda a esas freidurías que hay en los pueblos de costa. 


Un chavalín se sienta en un bordillo mientras la Carrera bulle de gente. Tiene una camiseta roja o naranja. Lee un libro ilustrado. Sostiene una bolsa en la que intuyo algún otro libro. Está muy concentrado. Lleva reloj y pantalones largos. Saco el móvil y le hago una foto. En ese momento se hace un vacío en la acera que suele estar llena. Como si el tiempo y el espacio respetaran su lectura. Pasan muchos perros asustados por delante de la caseta. Me cuesta trabajo pensar y escribir. No me doy cuenta de cuándo se ha ido el niño. Cansancio. Faltan ocho días de feria pero puede que vaya bien. Ojalá sigan las ventas así. Tenemos chuches para perros en la feria. Uno se sube desde fuera y nos pide. Le damos y le hago una foto que me gusta. También me gusta tener chuches para los perros.


Domingo. La mañana es tranquila, hay poca gente en la caseta. Estoy un poco decepcionado porque el ritmo de ventas no es el de ayer. Colocamos los libros de las firmas del día. Hay algunos títulos que se nos agotan: Fukuoka, Ernaux, Hammet. Salimos en el Ideal: la Praga va a la feria y vende libros raros. Por la tarde, al volver, hace mucho calor y mucho silencio. Me siento muy triste. Paso buena parte de la tarde en una esquina de la caseta, mirando el móvil e intentando abstraerme. Un par de chavales de Málaga con dos perros me sacan de mi mundo. Hablo de libros y de anarquismo. Llegan amigos. Me animo. Un señor pide enfrente de la caseta. Con toda la profesionalidad del mundo repite “por favor, por favor, por favor”. Su letanía me anida en la cabeza. Me siento mal por odiarlo irracionalmente. Leo a Julia Bell pero no logro recordar lo que he leído, lo cuál le da la razón a lo leído. Nos vamos para casa pero cambiamos de opinión y nos tomamos una caña. Carne en salsa. Hablamos relajados. 


Lunes. Contra todo pronóstico estoy menos cansado que ayer. Al llegar a la librería, me da pena la falta de luz, la vuelta al trabajo solitario. Aunque noto el cansancio y trabajo lento, sin ritmo ni ganas. No hay nadie. Una clienta me regala una manzana. Tres euros de caja. Comemos en la Goma. Pienso que el limbo es el infierno. Tarde también en la librería. Sin ganas. Salgo y camino hasta la feria, me doy una vuelta y visito compañeras y me doy cuenta de que estoy cómodo. El ambiente es más normal y más sano que mis recuerdos de las ferias del libro de viejo de los primeros dos mil. Sacamos a Milan al llegar a casa. Sólo llevamos cuatro días de feria y ya echo de menos la rutina, la cotidianidad. La feria es una burbuja espacio temporal en la que llevo mucho tiempo. La feria es otra vida.





Martes tarde. Escribo en la caseta, en la libreta. Hay muy poca gente. Me visitan amigos antiguos y muy queridos. Les vendo libros. Hace muchísima calor, demasiada para el mes de mayo. Tenemos una sección de libros que se llama “ecoansiedad”. Esta mañana, en la librería, cuando estoy cerrando, llega un señor mayor: está escribiendo sobre Málaga en 1937. Se lleva “La desbandá” de Pepitas. Me cuenta su rutina: se levanta, pasea y escribe unas horas. Quedo en enviarle más libros a Padul. Me da envidia. 


Comemos en un bar del centro, junto a la cochera que estamos usando durante la feria. Probablemente el bar más decadente del universo. En la cochera, una franja de sol entre las sombras. Hacemos una foto en la que el sol es un antifaz para M. La dulzura de sus rasgos y el contraste de luz y negrura. Me cuesta horrores levantarme de la siesta. Si hubiera un botón de holocausto nuclear, lo pulsaría con menos dudas que pena en esos momentos. Me toca feria esta tarde, solo en la caseta. Bueno, con Marian que está en Ubú. Vendo a Óscar Wao porque le chillo a una amiga que se lo lleve. Ahora pienso que no sé si le gustó. Tengo que preguntarle. Leo a Julia Bell. Transmite optimismo. Llego a casa, ceno solo, luego hablamos de libros y pienso que es muy sexi hablar de libros y tener ese tipo de conexión intelectual con tu pareja. 


Miércoles. No han aceptado a M. en el lectorado para la primera ciudad india que pidió. Va a pedir otras dos o Brasil. Me lo dice y me hundo. Me imagino el año que viene —este año— y va a ser muy complicado. Cuando me divorcié estaba tristísimo pero tenía ganas de vivir, de hacer mil cosas diferentes; ahora sólo quiero que pase el tiempo o  desaparecer. Pienso en qué hacer y sólo se me ocurre intentar ser generoso y estar tranquilo. Ojalá lo logre. En la librería hago muchas cosas y avanzo poco. El horario de trabajo es muy corto y me estreso y no llego a todo. Odio las jornadas cortas con estrés. Es lo que más odio. Dadme tiempo. Aunque haya que trabajar. Pienso en que aunque la feria sea un éxito si no catalogo libros usados luego vendrán semanas complicadas porque no se venderá. En las librerías de viejo, catalogar es el agua que mueve el molino. En el pequeño comercio, mientras subes la puta piedra por la colina estás pensando cómo volverás a subirla. Por la tarde vamos juntos a la feria, un poco más tarde, y cubrimos a Marian que tiene una presentación y se tiene que ir. Hablamos sobre las vacaciones del verano y veo que no podemos hacer planes. Viene Juanillo y nos tomamos una cerveza. Siempre está bien ver a Juanillo. Acabo el libro de Trevi sobre Pía Pera y Roco. Creo que debería volver a él. Me pasa con muchos libros últimamente. Necesitaría volver porque los he leído con estrés o prisa. Me dan ganas de releer a Pía y de leer el nuevo. (Que he visto que tiene una estructura de tiempo por meses, como este diario). Muere Domingo Villar y me da mucha pena. He leído todas sus novelas y fui a Vigo —que me gustó mucho— en parte por su lectura. 


Veo una mini lista de lecturas que hice el jueves, 19 de mayo, y me sorprende: los leí todos. Begoña Méndez, Momeñe, Sassoon, Salvago. Todos. 


Viene Jesús Lens. Hablamos del libro de Santoni y saca un artículo -muy divertido- en Ideal. Se lleva el libro de Egan, “El tiempo es un canal”. Es el único del Canon Santoni que no conocía. Sigo, ¡dios!, sin haberlo leído.


Pienso en lo fácil que es saber qué hacer racionalmente y en lo poco que controlamos nuestra parte irracional. Lo lejanas que están nuestras ideas racionales de nuestra parte irracional. Lo bien que puedo procesar todas las situaciones con tranquilidad y lo mal que las llevo cuando me arrastra la oscuridad y lo irracional. Hago planes para cuando M. no esté y me descubro volviendo a empezar, como tantísimas veces, como si no hubiera avanzado nunca. He conseguido costumbres, hábitos, lugares que ya están. De ahí parto. Que pasen estos días y volver a escribir sobre el exterior. Cuidar el jardín. Pasear con Milan. Pero queda feria. Llevo a Milan a la caseta, creo que me apetece pasar con él más tiempo, llevarlo a la tienda. Hablo con Lucía Ovni y me alegra verla. El ambiente en la feria es totalmente diferente a la de libro antiguo. Mejor. También han pasado veinte años y yo soy otra persona, también mejor. El público de esta feria también me parece mejor. ¿Habría un espacio —físico, comercial— en Granada para una feria de librerías independientes? ¿sería factible? ¿y sería rentable? Riego con una botella las macetas del patio. Voy a comprar una regadera. Es uno de esos gastos evitables pero útiles. Es plástico. Si encuentro una perfecta, la compraré. Arreglar las macetas. ¿Necesita una poda y guía la yedra? El rosal blanco está altísimo. Despejar el arriate de plantas raras. Tirar cosas. Colocar los riegos. Despejar. Aclarar. 


Sábado.

—Si no te hace bien su opinión, no le preguntes más.

—Pero no cuando te dicen bruja cada cinco minutos.


Escribo por la tarde, en la feria. Estoy cansado y desanimado. Pero hay muchos ratos buenos en los que logro olvidarme de todo y disfruto la feria. Disfruto, sí. Hoy me he salido al banco de enfrente de la caseta a las dos y media. Me he puesto a leer. “El matrimonio anarquista”. Pasan los invitados a una boda. Ellas, muy maquilladas. Ellos con trajes elegantes y muy peinados. Ese aire de poder y suficiencia de la juventud que nos mandará. Esta mañana, un pobre, muy poco profesional, ha perdido los papeles y se ha puesto a increpar a los paseantes: si no tenéis dinero qué hacéis aquí. Si no tenéis dinero, os compro una cocacola. Mal pobre, mal poeta. Nada que ver con la profesionalidad del otro día. Viene Carlos Pardo y nos saludamos. Me siento culpable por no haber leído su libro. Juega el Madrid de basket la final de la Euroliga. No puedo verlo así. Tampoco lo disfruto. El deporte, ver deporte, va íntimamente ligado al descanso, a estar relajado. Verlo así, trabajando en una caseta, es perder el sentido del juego. Sólo el resultado, que pierden al final, no compensa. Viene Fernando Navarro, lo saludo como el profesional que soy. Hago un vídeo con Álvaro Cruzado, ayer lo hice con José Manuel Ruiz. Me gusta el formato: un directo corto en Instagram, aparece en las notificaciones de los seguidores y lo ve mucha gente. Me siento más suelto cuando hago varios. Le respondo mal a una autora. Me siento fatal. Si finalmente nos escribe, le pediré disculpas. No me valen el estrés y el cansancio como disculpa. 

Hace un calor insoportable. Mucha gente pero mucha menos que el primer fin de semana. Hago un vídeo con Antonio Manuel. Viene con Eva Mariscal. Tan amables como siempre.



Domingo, 22. Último día de feria. Anoche, M. me contó sus planes para las próximas semanas. Después, se duerme. Está muy cansada. Yo también. Tengo un jardín para refugiarme. No quiero discutir, quiero trabajar bien. Han bajado un poco las temperaturas. Mbappé, qué tipo más pesado, se queda en el PSG. Por la mañana hay mucha gente. Vienen Pepo Pedregosa y Alfonso Salazar. Hacemos directos en Instagram. Al mediodía comemos tortilla y gazpacho del asadero de Nueva de San Antón. Por la tarde hay poca gente. Juega el Granada y no gana mientras hago cajas y desmonto el puesto. Acabamos sobre las once. Veo chavales que vuelven del estadio con cara de funeral. Le digo a un niño que va con su camiseta del Granada y no levanta la mirada del suelo que el año que viene subiremos. Me mira sin hacer ningún gesto como se mira al que consuela con frases hechas. Jorge Molina ha fallado el penalti. Desde la caseta he oído a la gente celebrar que lo han pitado pero no se oyó la celebración del gol, que no llega. La segunda es muy divertida. En el Twitter me dan ánimo aficionados de otros lares: complicidades diferidas, misma manera de ver y sentir el fútbol. 


Tw: “Ahora: en segunda los abonos son más baratos, los horarios mejores y ganamos casi siempre (si actúan con cierta coherencia). Ganar es ganar y en el campo, en segunda, se disfruta muchísimo. Odiemos un rato a los culpables y pensemos lo divertido que va a ser el año que viene.”


Lunes, estoy muy muy cansado. Pero, a la vez, tengo nostalgia de la feria. La luz, el paso de gente, los cafés del Kona, trabajar con Marian y M. Tengo ganas de dormir, de abrazar a M. y de salir al huerto, al patio. Llego a la librería, me dedico a hacer cosas urgentes y colocar todo un poco. Atiendo a varios clientes y me voy dando cuenta de que hay demasiadas cosas por hacer. Hago un Canva diciendo que cierro y me voy a casa. Vienen los pequeños. Paso la tarde tumbado, leyendo, sin ganas de estar activo. Saco a los perros y, aunque me apetece hacer un paseo largo, no lo hago. 





Escribo un viernes por la noche de enero. Hace mucho frío. Una ola de frío de dos semanas que tampoco está siendo tan dura. He tapado al ficus con una sábana vieja. Leo un tuit sobre Mark Fisher en el que diferencia luto y melancolía. Se refiere a series de televisión y no sé por dónde voy a seguir leyéndolo pero voy a hacerlo. El Pequeño ve Youtube detrás, en la tv: un hombre hace un estanque en un terreno y pone una caseta para ver pájaros. Natacha bebe de mi vaso de leche y no sé qué hacer y al final lo compartimos. He leído a Per Petterson y me ha encantado “Salir a robar caballos” y, sobre todo, cómo se mantiene firme para no contar lo que no tiene que contar. Eso y la extraña primera persona de Brenda Navarro y su narradora de “Ceniza en la boca” son las cosas que más me han gustado últimamente. Me escapo de la feria y me situo en el hoy, en el tiempo que ya no es de este libro. Natacha duerme en la mesa, junto a la funda de mis gafas. Tomo leche y café con leche y me apetece escribir hasta que llegue el cansancio. 


Mayo. Me organizo para ir el martes por la tarde al Centro Lorca a ver a Mariana Enríquez. Muchas más mujeres que hombres. Tomo notas de nombres que ahora no soy capaz de relacionar: La grieta, Roberto Arlt, Mónica Ojeda. No se puede escribir sobre la realidad después de la Operación Cóndor. La operación Cóndor acabó con el optimismo de todo un continente. La lucha contra el comunismo destrozó todos aquellos países. Mariana es cálida, simpática y muy inteligente. Todas sus respuestas transmiten vida y alegría. No la he leído y la voy a leer. La violencia sobre las mujeres, Octavia Butler.  Cuenta el surrealista, terrible y truculento periplo del cadáver de Evita Perón. Creo que la periodista no le saca el partido que tiene pero me encanta todo lo que dice. Hay un gato en la terraza y pocas plantas para lo que pretenden. Durante la pandemia no podía escribir. Bromea con la masa madre. El papel pintado amarillo. Tengo que leer a esta señora. M. me recuerda que ella ya me la había recomendado. Y es verdad.


Tw: “Me he despertado de la siesta y me he dado cuenta de que -básicamente- tengo la tarde LIBRE.

Casi me da un soponcio.”


A veces Salvago es muy bonito e interesante. Otras, tópico y obvio. Como un señor de su generación que vuelve a lugares comunes. 


P. tenía todo el contorno de sus ojos negro. Ojeras de trescientos sesenta grados. Me contaron que nunca dejó las drogas. Ahora es profesor universitario. Como sus padres. Me lo recuerda un fragmento de “El matrimonio anarquista”. Vuelvo a estar contento con la luz de la librería. Le regalo un libro de Losantos a un cliente mayor. Discuto mínimamente con él, de buen tono. Paro porque no sé dónde tengo que poner los límites para no molestarlo. Tampoco le quiero dar la razón a todo el mundo. Esta tarde pierdo el tiempo en el ordenador. Tramito la burocracia de la baja por Covid a ver si me pagan algo, espero que sí. Llega M.. Sacamos a los perros y el campo ya está dorado. El verde de la primavera se acabó. Leo a Salvago en el patio, antes. Me gusta un poema largo sobre su pueblo. 


Mañana es fiesta. Llevo sin tener un día libre desde el domingo 8. El diario sirve como desahogo, como escape. Pero la parte más íntima de la libreta no cabe en un texto literario —en los de Annie, sí, pero ella es Annie—. Los días de tormenta el mundo se achica y bastante tengo con sobrevivir.  Mi mirada no tiene la profundidad necesaria para fijarme en lo de alrededor. Y eso es lo más interesante. La doble distancia al escribir me da perspectiva. En realidad, llevo dos diarios, uno íntimo y bruto, que no corrijo ni pienso más que para contarme lo que está pasando con toda la precisión posible en el lenguaje y otro que quiere ser público y literario y tener sentido en conjunto. Porque la vida no parece tener sentido pero lo que escribimos sobre ella sí debería tenerlo. 


Festivo de Mariana Pineda en Granada. No conozco bien, bien de bien, su vida ni su desgracia. Tengo mucho escepticismo sobre la nueva mitología democrática que surge desde el 77. En todo caso, mejor Mariana que festejar que perdimos la guerra contra Castilla. La perspectiva de soledad tiene dos caras: la triste de no saber qué hacer mientras oyes obsesivamente a Nick Cave y la luminosa de tener tiempo y espacio para leer, escribir, cuidar el jardín. Hoy saldré al patio e intentaré poner un poco de orden en el caos que ha provocado la dejadez y la falta de tiempo. M. en la caseta limpiando los libros de la caseta de Ubú: “Písalo, písalo”. Y no lo entienden.


Toda la feria pensando que me gustaría volver el año que viene así, con M. con Marian y Ubú. Y no va a ser posible. Tengo sensación de fin de ciclo, de mucha gente que se va de Granada o que se aleja de mi vida. Además de la muerte de Novi, que pesa en el recuerdo. El paisaje que se había formado en los últimos años está desapareciendo. Hoy le han pegado y le han intentado quitar el velo a una niña musulmana en el instituto de Albolote. Hay mil cosas por hacer en el huerto, primero decidir qué es lo más urgente: el huerto de verano y los riegos. El riego en Andalucía es lo más importante en cuanto empieza la calor. Hay una orquídea por arreglar. Voy. Ato las parras, la que está al oeste ha crecido bien, la que está junto a la calle, sigue sin crecer. La glicinia parece que empieza a despertar. Tengo que revisar todas las enredaderas. Arreglo un poco el arriate nuevo, el que hice poco a poco en los márgenes del supuesto césped, y ato el hibiscus que trajimos de Cantabria. Salimos a cenar al Cubillas. La noche se tuerce y, además, nos clavan de una forma absurda. 


La casa, el patio, la librería, la literatura, necesitan tiempo, orden, limpieza, cariño. Me he levantado sobrepasado por todo. Voy con Pequeño al vivero. El capitalismo me da más tiempo para ir de tiendas que para disfrutar lo comprado. Me pasa con el vivero y los libros. No le veo sentido a ir porque no tengo tiempo de arreglar las plantas. De leer los libros. Pequeño quiere un tiesto para el ficus bonsai. Encontramos un muy bonito, de arcilla oscura labrada, es color piedra, bajito, cónico. Compramos antirrinos y geranios para el arriate nuevo. Pequeño compra un geranio para su balcón, dudo de que aguante el verano en un balcón al sur. 


Paso el día descansando, sin leer ni salir al patio. La alergia me pega fuerte y sólo espero al Gran Partido.  





Leo un post de facebook, estos días, mientras escribo sobre mayo, y me doy cuenta de cómo ha cambiado mi escritura, la intención de mi escritura. Antes contaba una imagen quieta, perseguía un par de ideas con las que construía un texto. Ahora intento contar el tiempo, una continuidad. Leo “Autorretrato” de Celia Paul y me parece un gran libro. Qué contar y qué no. Cómo Petterson que no cuenta cincuenta años de Tron y no le hace falta. Paul cuenta su inicio como pintora, la relación con su hijo y con su arte. Y no hace falta más. No escribo diario de enero del 23. No tengo tiempo de volver atrás y seguir con el día a día. No me importa. Quiero centrarme en acabar el año 22 y luego en ver si soy capaz de reconstruir desde setiembre del 19 a diciembre del 21.


El Gran Partido empieza tarde por la pésima organización: hay robos en el exterior del campo, chavales saltando vallas y una puerta que no se abre cuando debería. Francia y la UEFA haciéndolo fatal y culpando inmediatamente a la gente de los barrios y a las aficiones con la ayuda de los media. Todo el mundo culpa a los ingleses. Y si le damos una vuelta, organizar un encuentro así bien, es lograr que no suceda nada de lo que ha sucedido en París. Pobres aficionados del Pool que se quedaron sin partido y encima los gasearon cuando querían entrar. 

El Liverpool era mejor, ya lo sabíamos. Que íbamos a sufrir, también. Todo eso es irrelevante. Juegan Courtois, Casemiro, Carvajal, Militao, Mendy. Tiraron a meta mucho pero no lo bastante bien. Y las dos jugadas clave del ataque del Madrid acabaron en gol.  Me gustó ver a Raúl con la misma cara de concentración que tenía cuando jugaba. Él sólo ganó tres, pero tenía peores compañeros de viaje. Estos han ganado cinco, la última sin Cristiano y sin Ramos. La jugada del gol, de Valverde y Vinicius. Esta semana había pensado ir con Pequeño a Fuentepiedra. Recordé la excursión al Torcal de 1983, el mismo día de la final contra el Liverpool. Fuimos a los viveros. Mejor no repetir pautas erróneas. Leo que las últimas dieciséis finales que han jugado equipos españoles contra extranjeros las hemos ganado: somos los yugoslavos de mi infancia. 





Es martes y se acaba el mes. Hay mucho trabajo en la librería. Intento ser ordenado y no dejarme llevar por lo urgente. Vemos Treme. La abogada investiga lo que sucedió durante las inundaciones. Aquí sería precaria y no tendría dinero como para perder el tiempo en algo que no fuera rentable de inmediato. Quizás siento miedo. Quizás me duele la falta de tiempo constante que veo alrededor. M. igual se va a India. La muerte de Novi. Los amigos que emigran porque en Madrid hay trabajo decente. Las amigas que piensan en cerrar porque ya no pueden más. El mundo que se conformó en estos años se está evaporando. Qué gran serie es Treme. Voy al huerto, plantaré los antirrinos y los geranios. Hay ya petunias y pensamientos y parece que los tajetes han sobrevivido. El esqueje que me traje del García Lorca de yinka ha agarrado. Y la tradescantia también y le da un toque morado. El mandarino está enfermo. Abono todo el arriate con compost casero. Quito un poco de maleza del huerto, que parece una selva abandonada. Se hace de noche y no distingo que estoy quitando. Salgo a pasear a Milan y al volver, de repente, se gira y comienza a ladrarle a una bola de pinchos. Un erizo enorme. Milan se para y pierde el interés. Saco el móvil y hago un par de fotos. El señor erizo espera a que dejemos de prestarle atención, saca su cabecita, tan tierna y pequeña en comparación con los enormes pinchos y se aleja entre la maleza moviendo su pinchudo culo. Y mayo se fue con él. 


[CONTINUARÁ]



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