sábado, 31 de octubre de 2020

 Hay una luna tremenda, arriba, al sur. Los olivos se dibujan entrecortados en un cielo azul, gris. Le cuento a M. que hoy es Halloween pero también es la noche de los muertos, que la tradición es llevar flores mañana a los cementerios. No le doy detalles. M. es todavía inmortal. Para él mismo y para que los demás podamos soportar la vida. Visitar las tumbas, tantas tumbas ya.


Milan se aleja y vuelve y busca a Anjana que va atada porque está coja de la pata trasera. Pienso en los que no están y en las tradiciones que dicen que esta noche están cerca, tan cerca. Ojalá estuvieran aquí, ojalá un rato con ellos, con todos ellos. Pienso en poner una vela en la casa y en que nunca lo he hecho. Me crié sin tradiciones. Creo que mi madre, tal vez, alguna vez lo hizo siendo yo muy niño: una vela en la ventana del patio, del patio oscuro, delante de la ventana verde.



Salimos del campo y M. me dice que hay una luz en la guardería. Una luz que pasa lentamente por las ventanas de color. Le digo que no, que por suerte no la hay. Pero sí la hay. Una vela pasa por las ventanas y la veo: yo ya no soy inmortal. Una señora mayor, una señora con una vela. M. no la ve más y cambia de tema. No le digo nada, los niños no saben, por suerte, de la muerte. O no quieren saber. M. sigue hablando. No lo oigo.


Milan no se entera: es un perro niño. Anjana está tensa. Y me mira. Y miro el pelo blanco y la sonrisa amable que se cruza con mi mirada. La ventana roja de la guardería y detrás una señora con una vela. Busca a Rosa, su nieta. Me cuenta que le quedaban más de quince años pero que lo cogió y se murió. Me cuenta que estaba malita pero que vivía bien con sus achaques, sus pastillas y su perro que era viejito y se parecía a Milan. No, señora, no sé qué ha pasado con su perro. Ahi abajo vivía, cerca de la plaza. Seguro que me viste alguna vez sentada en la puerta. Seguro que la vi. Y a mi nieta, Rosa. Iba a recogerla los viernes y se quedaba con ella toda la tarde. La niña más guapa y simpática de toda la guardería. Sonríe al decirlo y se ilumina la noche, la luna. Quince años le quedaban.  


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