El Delta y Pepita.
El sol brilla un poco en el Mediterráneo y otro poco en el Ebro. Las nubes filtran la luz y
el agua es gris plata y el cielo a veces negro y otras azul. Las
gaviotas, de varias especies, unas muy grandes y otras pequeñas y
con la cabeza negra, hacen pruebas de vuelo, se paran sobre el aire y
se lanzan a picotear comida entre la hierba. No hay ningún sonido
que no sea natural. Es algo parecido a un extraño silencio en el
que, incluso, los acúfenos parecen esfumarse entre el murmullo del
mar y del río. Anoche no había luces, ninguna luz salvo lejanos
pueblos, pequeños además, que dibujaban una guirnalda semicircular
en el horizonte.
Sale el sol y me cambio
de ventana para leer la introducción a Pepita Jiménez (que me ha
encantado). Hay matorrales y una laguna detrás. Vuelan vencejos,
golondrinas y gorriones. Manuel dice que a él le gustan los pájaros
pero sólo los gorriones, que son los bebés de todas las demás
especies. Una tienda de campaña a la izquierda de unos señores con
un coche recién lavado, una cámper a la derecha y otra autocaravana
un poco delante. Al otro lado del río, en la Isla de Buda, aparece
un coche, llega hasta la orilla, da media vuelta y se marcha. Me
quedo con la duda de si a Valera le gustaban las novelas de Pérez
Galdós. Me regaño por no haberlo leído antes. Leo lo que cuenta de
que a los españoles no les gusta leer a autores españoles y me
parece un párrafo actual.
El paisaje se asemeja al
de Cabo de Gata, pero sólo en las zonas salvajes: hay más humedad y
más agricultura, y no hay plásticos, los arrozales están dibujados
por un matemático enfermizo y, en una relación de ideas facilona y
peregrina, me dan ganas de oir a “El pecho de Andy”. Dice Valera
que hay que escribir y publicar muchas novelas para ver si sale
alguna original. Acertó en su generación. Pepita es una novela
magnífica, el uso del lenguaje es brillante, el final es atrevido
por normal y los personajes son reales. La única sombra es la
inevitable omnipresencia del tostón religioso. Este verano viajaré
por la segunda mitad del siglo XIX español. Susana se levanta y el
perro del vecino ladra. El día se ha despertado.
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