miércoles, 26 de junio de 2013

El sol brilla un poco en el Mediterráneo y otro poco en el Ebro. Las nubes filtran la luz y el agua es gris plata y el cielo a veces negro y otras azul. Las gaviotas, de varias especies, unas muy grandes y otras pequeñas y con la cabeza negra, hacen pruebas de vuelo, se paran sobre el aire y se lanzan a picotear comida entre la hierba. No hay ningún sonido que no sea natural. Es algo parecido a un extraño silencio en el que, incluso, los acúfenos parecen esfumarse entre el murmullo del mar y del río. Anoche no había luces, ninguna luz salvo lejanos pueblos, pequeños además, que dibujaban una guirnalda semicircular en el horizonte.

Sale el sol y me cambio de ventana para leer la introducción a Pepita Jiménez (que me ha encantado). Hay matorrales y una laguna detrás. Vuelan vencejos, golondrinas y gorriones. Manuel dice que a él le gustan los pájaros pero sólo los gorriones, que son los bebés de todas las demás especies. Una tienda de campaña a la izquierda de unos señores con un coche recién lavado, una cámper a la derecha y otra autocaravana un poco delante. Al otro lado del río, en la Isla de Buda, aparece un coche, llega hasta la orilla, da media vuelta y se marcha. Me quedo con la duda de si a Valera le gustaban las novelas de Pérez Galdós. Me regaño por no haberlo leído antes. Leo lo que cuenta de que a los españoles no les gusta leer a autores españoles y me parece un párrafo actual.

El paisaje se asemeja al de Cabo de Gata, pero sólo en las zonas salvajes: hay más humedad y más agricultura, y no hay plásticos, los arrozales están dibujados por un matemático enfermizo y, en una relación de ideas facilona y peregrina, me dan ganas de oir a “El pecho de Andy”. Dice Valera que hay que escribir y publicar muchas novelas para ver si sale alguna original. Acertó en su generación. Pepita es una novela magnífica, el uso del lenguaje es brillante, el final es atrevido por normal y los personajes son reales. La única sombra es la inevitable omnipresencia del tostón religioso. Este verano viajaré por la segunda mitad del siglo XIX español. Susana se levanta y el perro del vecino ladra. El día se ha despertado.

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