sábado, 19 de enero de 2008


Wallander no es un entendido en cocina, no lee clásicos griegos ni diccionarios. Wallander es sueco. Muy sueco. Lo descubrí hace un par de años gracias a Paco Ortiz y desde entonces he leído tres novelas, con esta, suyas. Muy poco para una serie que me gusta mucho. ¿Por qué? Porque es sueco y sus novelas son muy suecas. Es decir, en las novelas de Mankell hace un frío que pela y siempre hay un viento horrible y hay que reunirse durante horas y volver a reunirse y si hay una lista de cien sospechosos los llamamos a todos. Muy bien, todo eso es verdad en "La leona blanca", pero en cuanto la gripe libere un poquito de mi cabeza voy a empezar a leer otra novela suya. Porque llevas cuarenta páginas y te agarra la tensión y el miedo y ya no te sueltan hasta que la acabas. Recordemos, es una novela sueca, 660 páginas de letra pequeñita en la edición que yo tengo. No penséis que hay miles de muertos y cosas así, no, hay unos pocos, desde luego, pero todo el rato pensamos que puede pasar algo malo y pasa peor.

El miedo, el miedo real a los malos reales. Desde chico pienso que el más malo del mundo, más que el Duende Verde, era Falconetti. Konovalenko es un malo de ese nivel. Eso por sí sólo ya sería un motivo para leer esta novela. Konovalenko es un malo en un sentido físico: si estuviera en tu colegio te buscaría todos los días para pegarte.

Y Jan Klein. Otra maldad, la que en base a ideologías, creencias, pueblos, banderas o razas te jode. Jan Klein tapiaría las ventanas de tu colegio para que la alegría del sol no te distrajera. Por tu bien.

No es lo mismo un muerto en Sudáfrica que en Suecia. La muerte violenta como algo normal, asumido, está admitida en Sudáfrica, no en Suecia. La mezcla de la historia a través de los dos países, a través de dos mundos, es magistral. Mankell nos cuenta cómo era la Sudáfrica del final del apartheid y nos cuenta cómo está siendo la Suecia de la llegada de inmigrantes, del miedo a lo que viene que es distinto. De la sorpresa ante una violencia, un tipo de violencia, que Wallander admite que no está preparado para comprender. Del miedo.

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