martes, 10 de julio de 2007

Me encontré con Montse hace un par de meses en la carnicería de la calle Veleta. Llevaba una falda plisada y una camisa beis. Tenía el pelo rubio recogido en una cola y unas impresionantes ojeras negras. Yo quería comprar ternera y un poco de pollo. Un cliente gordo y con barba propuso colgar al alcalde hasta que se secara. Por supuesto se quejaba por las obras que asolaban el barrio. Tampoco había llegado a tiempo al colegio de las niñas. Córtame el pollo en trozos chicos pero no muy chicos. ¿Muy chicos? Para arroz. Montse me miró y me dijo que ya no hacía arroz nunca. El arroz era el plato preferido de Manuel, le gustaba con conejo; desde que se mató ya no lo hace. Los domingos no hace arroz.

Montse estudió conmigo en el instituto de la Chana. Eramos de los pocos que aprobaban, bueno, ella aprobaba, yo, hasta COU. Luego estudió Ingeniería Informática. Era una de las chicas más guapas del barrio, y del mundo, pero quería ser un tío. La recuerdo compitiendo exageradamente en todos los deportes contra nosotros. Muchas veces nos ganaba. Vestía siempre vaqueros y sudaderas o ropa deportiva. Nunca se maquillaba, nunca se vestía de nochevieja. No se preocupaba por parecer más guapa, supongo que ni lo necesitaba, ni le interesaba.

Conoció a Manuel en la facultad y no volvieron a separarse. Formaban una extraña pareja que se comportaba como un grupo de amigotes. Manuel era de ese tipo de hombres tan viriles que nunca intentan demostrarlo. Siempre iban en bicicleta, luego compraron la moto y mas tarde el coche y luego una moto más grande.

Se casaron y se fueron a vivir a Maracena a una enorme casa blanca con grandes ventanales. Estuvimos en una fiesta que dieron hace años. Todo estaba reluciente: la decoración, el vino, la comida, ellos... Me temo que convirtieron su vida en una inconsciente carrera diaria hacia la perfección. No sólo triunfaban profesionalmente, también competían en la cocina, la bicicleta o la casa. Querían ser perfectos. A Manuel le atropellaron unos niñatos con un Seat León cuando iba al trabajo.

Después del accidente ella vendió la casa y volvió a la Chana. Tiró todos sus pantalones y compró faldas. Ya no quería ser un tío, quería ser una madre antigua. Se reprochaba no haber sido capaz de proteger a su marido. En un mundo perfecto todo tiene un culpable.

Ahora vive en el primero que se ve frente al semáforo de la carretera de Málaga. Está prejubilada o jubilada o algo así. Mala de los nervios. La veo al irme a trabajar limpiando los cristales, bueno, también la veo al volver del trabajo, también está limpiando los cristales. Mira hacia arriba, hacia la carretera y parece que espera.

Me dijo en la carnicería que no le gustan los domingos, no hay nada que hacer.

2 comentarios

No pocas veces he he visto esta historia ... con marido o sin ella, con casita blanca o no; pregúntale a Guille por Silvia.
Ha veces se nos olvida que mañana no tiene que ser igual que los 3.000 últimos hoy.


MMMMM

Me dan ganas de abrazarla.

Miguel

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¿No será la mujer que cuando íbamos al instituto sobre las 8am ya estaba limpiando los cristales y sabias si llegabas tarde o no dependiendo de por que ventana iba? Eso explicaría bastante. Un familiar nos dijo que su obsesión era la limpieza, pero nunca el porqué.
O tal vez no sea ella, sino otra persona que tampoco sabe que hacer con su vida una vez que esta no salió como se esperaba

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