miércoles, 9 de febrero de 2022

 

En enero los días han sido largos, muy largos y al final, el mes ha pasado volando. Creo que esta podría ser la definición exacta de los malos tiempos. El viernes, atolondrado, me di cuenta de que había acabado el mes, de que ya no habría más eneros este año. Después de las navidades el tiempo vuelve a ser el tiempo normal de la librería. No hay nadie, suena radio clásica, hablo solo entre estanterías de libros, pienso que no llegaré a fin de mes y me lo tomo con una extraña mezcla de sorna y deportividad. Quiero leer a Mark Fisher porque una mujer me lo ha encargado y me ha dado envidia.





Le digo a una señora que hace frío y me dice que no, que viene de Suecia. Me cuenta que es griega y que la torturaron en la Academia. Pienso en Markaris y en la comisaría de la Plaza de los Lobos. Fue a Suecia y era un paraíso. Le operaron el hombro que le habían destrozado los militares. Olof Palme: me cuenta que lo mataron y los suecos lo lloraron durante meses. En los setenta Suecia era un paraíso. Luego ya no. La operaron y no la dejaron sola. Luego, ya en los noventa, la volvieron a operar y se tuvo que ir del hospital en el mismo día. Quiso venir a España a aprender flamenco pero era peligroso para una mujer sola. Tiene un gorro de lana y mucho pelo negro rizado que se le escapa del gorro. Manos blancas, finas, y ojos azules que miran con ternura. Busca una cafetería librería. Le indico dónde está la Qarmita y me quedo con ganas de que me cuente más cosas.

 

A mediados de mes salgo de las redes y ahí sigo, desactivado. Pienso en los ochenta. en los noventa, en llegar a casa y cortar el contacto con el exterior. Alguna llamada ocasional para hablar o quedar rápido. Pero el contacto paraba. Había silencio, nadie opinaba, nadie se dirigía a ti. Lo echo de menos. Leo “Cómo no hacer nada”. Economía de la atención. De nuestra atención. Pero eso significa que no paremos de recibir información del exterior. Pienso en los niñes. No me gusta. Necesitan, necesito, desconectar del exterior. Me doy cuenta de que, quizás, es la primera vez que encuentro una ventaja a los tiempos que me tocaron vivir. Que me tocó vivir en desgracia. Me gustan los blogs. Pienso en cómo sustituir el móvil: un reloj, una pequeña cámara de fotos en la mochila. Winamp en el ordenador, que no tiene nada que ver pero me parece lo mismo e igual de importante. Vinilos. Periódicos en papel. No sé. El problema no es sólo las redes, es que el móvil está pensado para que no tengamos momentos de vacío, de quietud, de no hacer nada. Alejar el móvil. Por las mañanas, en el curro, el tiempo se estira sin redes. La soledad es confortable. Y esta extraña sensación era lo normal hasta que llegaron los móviles. Busco un reloj en la red. Hay relojes inteligentes. No, no. Uno que no sea muy listo. Que de la hora y tenga un par de alarmas. Hasta los treinta no tuve móvil. Hasta los cuarenta no tuve redes. No es tanto un ejercicio de nostalgia como de crítica al sistema. Anticapitalista. Esa palabra no me sirve. Pero es eso.

 

Leo a José Ignacio Foronda (Pepitas) y pienso que ha escrito el libro que me hubiera gustado escribir si tuviera su talento y su capacidad de trabajo. Me dan ganas de andar, como cuando las novelas de Vázquez Montalbán me daban ganas de comer y hacía espaguetis por la noche. Pocos elogios mejores. Andar por el campo alrededor de su pueblo, ¿cómo no tiene este hombre un perro? No, los niños son otra cosa. Tiene un mapa topográfico: necesito uno. Y explorar el barranco que hay detrás de Loma Verde.

 

Hay un tipo de obra que los poetas escriben cuando van a morir que es fascinante en su tristeza serena y lúcida. Mi preferido es el de Carver. “Propina” es un himno. Margarit es un viejo cascarrabias pero también se asoma al abismo. A veces, ay, parece que ya no le importa tanto la belleza, pulir el texto, la excelencia. Puede que eso también sea la vejez. Pero aún así:

“Es una insobornable austeridad
la que impone el final. Calla y escucha
llamaban a esto amor, en algún verso”.


Hay días en los que no debería, nadie, estar cara al público. Días en los que es mejor esconderse y estar en una habitación a oscuras, tranquilo. Trabajar para no pensar. Los Beatles como refugio. Paul tocando ensimismado en su guitarra, en el piano, en la batería. Probando, buscando. En ese mundo en el que las melodías están y le llegan. Qué suerte es disfrutar el documental de los Beatles. Ojalá una versión extendida con el doble de horas. Qué maravilla es ver cómo surge el arte, sus caras al tocar, Ringo como si no pasara nada, John que regresa cuando suena la música, las botas de George, escribir I, me, mine y que tus amigos te troleen. Pedir unos amplificadores y que EMI no te los traiga. Ahora no pasaría.

 

Hoy, segunda sesión de este post, tengo el móvil lejos. Cargando, creo. Sin sonido. Oigo a Neil Young en el winamp. Todavía no tengo reloj. Tardé tres días en enterarme de que un grupo de patriotas habían asaltado un pleno municipal y herido a cuatro policías. La sensación, sin twitter, es que las noticias tardan en llegar, que estoy desconectado de la actualidad.

 

Domingo, me siento en el banco del patio. El sol en la cara. Viene Milan y mueve la cola, contento. Placidez. El jardín, el huerto, está impasible, sin apenas más noticias que las flores de las hortensias de invierno y el lentísimo crecer de lechugas y acelgas. Las habas sí que están prosperando. Salgo poco al campo de día y cuando salgo de noche, las farolas de la nueva urbanización, que ya es una realidad, me recuerdan que el extraño aquí también soy yo. Los chavales del pueblo hacen botellón en uno de los barranquillos, debajo de un puente. A muchos de nosotros -y este nosotros es generacional- nos salvó la cultura, ¿qué los salvará a ellos? ¿qué posibilidades tienen de escapar de la nada? El mismo día que los oigo de botellón hay un sol horizontal y la luz dorada difumina los rosales silvestres, los olivos.

 

Mary Oliver habla de literatura, poesía y naturaleza en “La escritura indómita”. Hay un ensayo fantástico sobre nature writing y otro, el último, sobre poesía. ¿Cómo no hay más libros traducidos de esta mujer? ¿cómo no están todos sus libros traducidos? Quiero volver a leer y estudiar ese último ensayo.

 

El 25, por la mañana, con frío y tristeza de enero, vemos las primeras flores de los almendros. Nos recuerdan que el ciclo sigue y que por feo y abandonado que esté nuestro campo, la naturaleza crea esa extraña belleza. Leo a Louise Penny, motivo: es canadiense. La novela negra sirve para viajar a sitios insospechados. Me cuenta muchas cosas que no sé de Quebec, de su frío y sus franceses e ingleses. Como siempre, no sé quién es el asesino. Ni me importa. Hago una foto de los almendros y no tengo redes donde ponerla.

 

Propósito de año nuevo tardío: leer con orden. Hago una lista de los libros imprescindibles que debería leer este año y cuando me doy cuenta llevo apuntados más de treinta. Leer a Proust y a Grossman. Riego el patio, las hortensias me piden el agua a voces. El brócoli también. No ha llovido nada. Café que se convierte en comida en ese paraíso secreto que es el bar de la UGR del Cubillas. El pantano está tan bonito como vacío. Las sequías siempre han sido cíclicas pero antes no había estas olas de calor. Hago una foto que me gusta. No tengo redes, no puedo enseñarla. Compro un ciclamen rosa y está exuberante. Nunca logro cultivarlos con éxito. Lo trasplanto y está aún más bonito, ilumina la ventana de la cocina.

 

Leo una entrevista a los Planetas y oigo mucho su disco en el coche. Mucho no, sólo cuando voy solo. Un detalle de la entrevista no me gusta. Me sorprendo pensando como esos izquierdistas que buscan con arrojo sus diferencias con todos los demás izquierdistas. No, no, estoy de acuerdo con la mayoría de lo que dicen. Me encanta “La morralla” y “Se quiere venir” y alguna más. Me alegro de que sigan arriesgando y criticando y equivocándose. Me alegro de que hayan hecho este disco y de oírlos en el coche, en soledad. Tengo que oír a Carlos Cano. Viendo el documental de los Beatles me dan ganas de volver años atrás y comentarlo en la cafetería de San Juan de Dios, en la Cúpula, en el Planta.

 

Se acaba la libreta que compré en verano, justo antes de ir a Cantabria. No me gustan las moleskine. Es domingo y el Barça y el Atlético demuestran que el fútbol mal jugado también puede ser muy interesante. El Granada se queda al borde del empate después de un gran primer tiempo. ¿Por qué no juega Domingos? ¿Hasta dónde va a llegar Milla? Las tardes se alargan y la primavera se asoma. Tengo una libreta nueva color melocotón. Le pongo pegatinas. No me gusta el resultado. Un domingo de febrero.

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