Las dos primeras canciones sonaron como si el vinilo hubiera estado tirado en el suelo de La Cúpula en todas las reformas posteriores a dejar de ser la Cúpula. Estábamos en el centro de la plaza, un poco escorados a la derecha de la mesa, como en tantos conciertos. Nos cambiamos atrás, junto a la barrera y el sonido mejoró notablemente. No seré yo el que dude de la lucidez asombrosa que se puede alcanzar con determinadas sustancias, y el alcohol no es la menos agresiva, pero también es cierta la cantidad de matices, no siempre relevantes ni agradables, que puede llegar a observar el Yo de hoy, que ve los conciertos desde la austera sobriedad.



Estuvieron los dos Yo dialogando durante dos horas y media y a punto estuvieron de llamar al Yo del 86 —¿tal vez 88?— que los vió donde ahora está el Palacio de Congresos y tocaron “Cuéntame” y “Soy tremendo”. Dos horas y media oyendo la banda sonora de una vida en común o, mejor, de las muchas vidas en común que cualquier persona mínimamente compleja tiene consigo mismo.
Pensaba un Yo que no tenían que haber vuelto, que los recuerdos son mejores cuando no los confrontas con la realidad y el otro le contestaba que eran muy valientes al volver y tocar contra un espejo mítico: el grupo que fue el grupo de tantos de Nosotros, (y aquí el Nosotros lleva mayúscula porque es el mismo del Zawi de Serrano), el Yo mayor le decía a su compadre más joven que se alegraba de que los cinco que había en el escenario triunfaran como lo estaban haciendo, que ganaran dinero con esta gira, que siempre viene bien y los músicos comen, pagan hipotecas y tienen niños en el cole. Sonaban canciones y el Yo de Maracena le daba con el codo al Yo de la Plaza de Toros y sonreía, orgulloso. Sonaban distintos y sonaban desde el ayer: un ayer en el que las letras hablaban de tristeza y fatalidad, en el que la rabia se dirigía contra el destino y la revolución era un fenómeno meteorológico improbable.




Sonaban canciones que eran himnos y bandas sonoras y los Yo discutían sobre si eran las mismas o no, sobre si aquella era la música de los recuerdos, sobre si en los conciertos hay saltos en los surcos de los vinilos y sobre, cómo no, qué canción faltaba y cuál no.

Aparecieron otros Yo, los saludé con esa cara que pones cuando ves a viejos amigos o amigos viejos y no sabes quienes son ni porqué se alegran de verte. Llegaron con “Escenas de guerra”, con “La torre de la vela” y con tantas otras, vinieron a decir que existen allí donde están las sombras y las puertas cerradas, que hay puertas que conviene abrir y otras no y que no podemos ni debemos juzgar al pasado mirando las nubes del hoy. El Nosotros estaba contento de reencontrarse con su viejo Nosotros y Yo me quedé pensando en si merecía la pena fijarte en las arrugas cuando te ves en el espejo.



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