sábado, 28 de junio de 2014

La jugada más bella del mundial la hizo un jugador que ya se fue y que no tocó el balón. A Pirlo le llegó un balón de frente y cuando parecía que iba a disparar, saltó y lo dejó pasar para que Marchisio lo parara con la suela y marcara gol.

El propio Marchisio hundiría a su equipo al entrar atolondradamente al mediocentro uruguayo y darle al árbitro la oportunidad de expulsarlo. En ese mismo partido vimos como la forma de entender el fútbol y el mundo uruguayas, esas que habían servido para darle una lección a Inglaterra y para dejar a Italia con diez, lo llevaban al suicidio al cometer Luis Suárez una infamia. Uruguay sabe todo lo que nunca sabrá Inglaterra sobre el juego. El partido entre ellos fue un partido entre la madurez y la adolescencia. El exceso de conocimiento te puede destrozar: morder a un contrario en un estadio con decenas de cámaras, es sobre todo un acto de soberbia. Sr. Suárez, ¿de verdad creía que no le iban a cazar?

En ese partido se volvió a ver lo absurdo que resulta que el cuarto árbitro no tenga una televisión. Todo el planeta ve y sabe qué ha ocurrido realmente salvo los árbitros del partido, no hay que rearbitrar cada jugada, lo que pararía el ritmo de juego, pero sí las expulsiones y las jugadas de gol. Es tan obvio que que no lo hagan solo es explicable recurriendo a confabulaciones cósmicas.

Lo más interesante del mundial es ver cómo sigue habiendo grandes diferencias en la forma de entender el juego, cómo los tópicos sobre los países se hacen realidad y cada uno juega como es. Sí, hay pautas comunes transversales, hay muchos que juegan como centrocampistas del Chelsea, pero sigue habiendo una idea ligada a la cultura, al clima, que se ve en cada selección. La otra es la intensidad: los impresionantes últimos cinco minutos del partido de Grecia sólo son posibles en un mundial. Admiro a Samaras y lo sigo en los partidos de Champions, siempre espero que haga algo diferente, lo cual no suele ocurrir; cuando cogió el balón para tirar el penalti creí que lo fallaba, llevaba ese aire de tragedia de los que han perdido la fe. Lo tiró bien, no siendo lo que sentía, alejado de su sentimiento y con ese aire elegante e intelectual que me ha hecho ver partidos, ¡dios!, del Celtic.

Inglaterra fracasó de nuevo, como era de esperar. Ni siquiera con Gerrard en el mediocentro, aportando conocimiento y toque, han podido ganar un partido. Cuando Makelele salió del Madrid, Raúl entendió que su honradez le obligaba a desgastarse en defensa para cubrir la nefasta planificación deportiva. No logró cubrir el hueco que dejó Makelele y perdió capacidad de remate porque llegaba cansado a muchas ocasiones. Hay veces que la honradez te puede llevar al fracaso. Gerrard siempre me ha parecido un gran jugador disperso. Tal vez si se hubiera quedado de medio centro distribuidor hubiera sido una figura de leyenda. Pero en el fútbol moderno el talento tiene que estar siempre más adelantado de lo que la razón dicta, el fútbol de resúmenes de tres minutos quiere a los jugadores cerca del área, por eso Florentino, salvo a Xabi que hace anuncios, desprecia a los mediocentros y al juego.

Me he dado cuenta de lo mayor que soy porque todas las camisetas del mundial me han parecido horribles salvo la de Irán y porque tenía ganas, pocas eso sí, de que acabara la fase de grupos. La vida, esa absurda invitada al mundial, no me dejaba tiempo para ver y disfrutar cada instante como se merece la Gran Fiesta del Fútbol. Hoy empiezan los cruces y ya siento nostalgia de los partidos de grupos.

En el partido contra Chile las cámaras enfocaron a una chica española, morena, con la cara fina, el pelo en una cola y unos 25 o 30 años. España ya iba perdiendo y ella bajó la vista y siguió contemplando el hundimiento sin ningún gesto. Fue la cara de la dignidad del aficionado, del ciudadano. Mientras a la mayoría de los aficionados los enfocan y se alegran como estúpidos independientemente de lo que le suceda a su equipo, ella se mantuvo en lo importante: su pasión por el juego y su tristeza por la derrota. Todavía hay esperanza.

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